14 de julio de 2014

¿Y después?

Me llama mucho la atención un artículo de Anna Grau en «Crónica Global», ya en cuyo título se pregunta, muy acertadamente, de qué van a hablar Mas y Rajoy, porque ella, como yo, no ve qué tienen de negociables ambas posturas: Mas quiere (y no le queda más remedio que) negociar una consulta sobre la que Rajoy ni puede ni quiere ni debe negociar. Entonces ¿qué hacemos?

Lo único que se me ocurre en plan práctico -escenificaciones de intolerancias aparte- es que busquen juntos una solución para que Mas pueda retirar su órdago con alguna dignidad, pero si se supone que ello debe comportar la salvación política de Mas, lo veo dificilísimo. A Mas lo veo condenado a muerte [política] desde que esto empezó: emprendió una huida hacia adelante y las huidas hacia adelante siempre acaban en tortazo. Consciente de eso, dudo de que Mas busque retirar nada, puestos a morir... ya se dice que, de perdidos, al río. Rajoy, por su parte, no puede moverse ni un milímetro de su postura de no tolerar la consulta, referéndum o Pepito, llámalo como quieras. No puede porque se lo impide la Constitución, se lo impide el partido y se lo impiden los cada vez más escasos votos que aún aspire a conservar: si da pie a la menor grieta en Cataluña, también estará muerto políticamente y él sí que puede aspirar aún a una cierta supervivencia. Por tanto, los dos vienen con posiciones previas e inmutables: ¿de qué pueden entonces hablar? Lo que va a ocurrir, pues, está cantado: se va a escenifiar un fracaso, con ambas partes atribuyendo la culpa a la intransigencia de su contraparte; «yo he venido a negociar -dirán los dos en su única coincidencia- y he cumplido. Es el otro el que se encastilla en sus posiciones de forma radical e intransigente».

Por tanto, parece claro lo que va a suceder hasta el 9 de noviembre: tira y afloja diversos de cara a la galería hasta la prohibición final -ejecutiva o judicial por vía del Constitucional- de la consulta, acontecimiento que los separatistas tienen descontado ya y quizá provisionado en su contabilidad política. Lo que pasará después sólo lo saben ellos (supongo: se habla de planes B como de culos, todos parecen tener uno, pero nadie suelta prenda sobre su contenido, más allá de las famosas elecciones plebiscitarias) pero es de prever que la tensión se mantenga o se incremente. A ver por dónde salen porque tengo para mí que muy amplios sectores de CiU no están por la labor de semejantes elecciones y, en el mientras tanto, Mas podría intentar llevar la legislatura hasta su final, cosa que sólo podrá hacer con permiso de ERC. Un lío para tirarse de los pelos, porque se supone que ERC estaría por elecciones anticipadas y plebiscitarias (vive su momento más dulce, en cuanto a pronósticos electorales; tanto que esperar su incremento futuro es una apuesta de riesgo si, como parecería, ha podido alcanzar ya su techo).

Y a medio y largo plazo, nadie sabe cómo evolucionará esto. Muchos piensan -yo también- que si realmente se va remontando la crisis y ese remonte se percibe en la calle, el sector iracundo del separatismo (el independentismo sobrevenido por ira hacia el Estado, no por convencimiento intrínseco) irá enfriándose, tanto más en cuanto que dicho sector carece de fondo para sostener la reivindicación muy allá en el tiempo (ocasionalmente, da la impresión de que el soufflé va bajando). Por más que la ANC intente mantener la tensión con movidas diversas, ese sector sobrevenido lo que quiere son resultados en su situación económica, personal y familiar; si no vienen o se obtienen por otro lado, abandonarán la causa. Ya decía Horacio aquello de ira furor brevis est.

Pero si las aguas llegan a volver a su cauce -cosa que está por ver, pero supongámoslo como hipótesis de trabajo- este órdago, este desafío, se habrá producido de todas maneras, habrá sido un hecho, El Gobierno de Cataluña y su Parlamento habrán estado al borde de la sedición (partiendo de la base actual de que se quede al borde). Y eso nos debe llevar a algunas reflexiones:

1. Siempre he propugnado la generosidad en la victoria, como norma vital general (aunque, en el caso que nos ocupa, difícilmente podrá hablarse de victoria). Siempre he dicho que Cataluña debe ser tratada, en su incardinación en España, de un modo especial (que no sea así es una de las explicaciones de que hayan pasado cosas como las que han pasado... y pendientes aún de las que están por pasar). Y lo sigo propugnando y diciendo. Pero también es verdad que una extorsión como la que se ha intentado no puede resultar premiada ni siquiera en mera y simple apariencia. Es una mosca difícil de atar por el rabo, pero la veo así: por un lado, hay que mejorar la situación de Cataluña en el contexto español; por otro lado, no puede permitirse que lo que ha pasado reporte beneficios a sus autores y partidarios.

2. Hemos constatado que el nacionalismo es insaciable. Nunca tiene bastante y cuanto más se le da más quiere. Pareció que con Jordi Pujol se hizo un pacto de alcance, a base de librarlo a él de su implicación en el caso Banca Catalana (vaya, implicación no: él era el caso Banca Catalana) con la condición de que mantuviera al nacionalismo dentro de límites aceptables y en el ámbito constitucional. Pero ha bastado que desaparezca Pujol del poder político (que no del social y económico) para que el pacto se rompa (había que ser iluso para pensar otra cosa) aprovechando la desesperación (y la desesperanza) que ha traído la crisis para amplias capas de la población catalana.

3. Los hispanistas nos hemos dejado colar goles importantísimos, nos hemos dejado arrollar estúpidamente por la Brunete mediática del nacionalismo, pero no ahora, sino desde hace más de treinta años. Que siendo el castellano el idioma mayoritario en Cataluña haya desaparecido de las escuelas más allá de constituir una asignatura de idiomas como pueden serlo el inglés, el francés o el alemán, es algo muy indicativo de lo que ha pasado y de lo que está pasando aquí. No pretendo que se invierta la inmersión lingüística y se cambie por la del castellano, en absoluto, ni pretendo dos circuitos diferenciados idiomáticamente en la educación, ni pretendo que se deje de otorgar una especial protección al catalán (toda vez que, siendo una lengua minoritaria frente a los grandes idiomas de comunicación, corre un riesgo cierto), pero está claro que el catalán y el castellano deben tener igual presencia en la cotidianidad educativa (que, es, por cierto, lo que se hace en todos los países bi o plurilingües). Por hablar sólo de ese ámbito en el que, por cierto, no se otorgó a nadie dret a decidir, ni consultas ni nada. La falsificación histórica flagrante -de la que en el contexto del prusés se ha llegado a extremos de delirio-, la pretensión de que España es un mero artificio político sin valor nacional, el expolio fiscal al que presuntamente se nos somete, son falsificaciones ante las que hemos claudicado cobarde y gratuitamente. Todos tenemos nuestra parte de culpa y si no la asumimos y no rectificamos, lo que ha sucedido en estos dos años -más lo que pueda suceder hasta que esta situación se reconduzca, si se reconduce- se repetirá fatalmente más temprano que tarde.

Por tanto, cuando haya pasado -esperemos que pase- esta ola, nada de volver a casa aliviados. Debemos ser conscientes de que, si salimos de esta, la próxima será peor. Y así sucesivamente hasta que acontezca lo irremediable, lo irreversible. Por tanto, debemos mantener tensa y activa la actitud crítica; las diversas plataformas que han nacido en defensa de una Cataluña hispana no deben deshacerse sino, muy al contrario, deben potenciarse y deben mantener altos niveles de actividad con la ayuda de todos y siguiendo sus tónicas actuales: fuerte argumentario cultural, reivindicación hispana incesante, ambilingüismo, respuesta intelectual a toda agresión independentista y mantenerse siempre dentro no sólo de la legalidad sino de un entorno de análisis y de estudio, dentro del activismo puramente mediático utilizando la calle como espacio reivindicativo en tono festivo. Dando ejemplo siempre de civilidad y de civismo, desdeñando el insulto, la sobaquina y la testosterona.

Argumentando. Es el arma más potente.

3 comentarios:

  1. Tarde, pero comento la entrada.

    Respecto a la inmersión lingüística, el objetivo de la educación no es ofrecer un número igual de horas lectivas en las dos lenguas oficiales.

    El objetivo de los planes educativos es que los alumnos adquieran un nivel operativo suficiente en las dos lenguas oficiales.

    Esto, junto con la hegemonía cultural y mediática del castellano, es lo que obliga a no "tener igual presencia en la cotidianidad educativa".

    Usted tiene dos hijas y las dos han estudiado presumiblemente toda su vida en inmersión lingüística en catalán.

    ¿Tiene alguna de ellas dificultades para expresarse en castellano?

    ¿Es su nivel de castellano equiparable al de las jóvenes de su misma edad y entorno socio-cultural de, por ejemplo, Valladolid, Extremadura o Madrid?

    Haciendo una media entre sus amigas... ¿Cree que tienen más problemas para escribir en catalán o para escribir en castellano?

    Éste es el debate, si los estudiantes, al acabar la educación básica (Primaria + ESO) pueden desenvolverse bien en las dos lenguas.

    Yo tengo dos enanos, el pequeño (4 años) aún no lee, pero la mayor (6 años) lee y escribe igual de bien en las dos lenguas (esto es, con faltas de ortografía enormes, pero claro, es que ha acabado primero de primaria). En cualquier caso su nivel de ambas lenguas es muy similar.

    En cuanto a sus amigos... Tienen un nivel similar al suyo, claro, pero si alguno tiene problemas con una de las lenguas es siempre con el catalán (normalmente de familias castellano-parlantes).

    En cuanto a mi generación (42 años) la mayoría estudiamos el catalán como una asignatura más y lo hablamos con la familia. Pero sin la hegemonía cultural del castellano, la mayoría lo hablamos razonablemente bien, pero lo escribimos muy mal (con la excepción de los funcionarios, como yo mismo, obligados a sacarse títulos de catalán para poder garantizar un funcionamiento normal de la administración).

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  2. Parte 1

    Nunca es tarde si la dicha es buena ;-) Vamos a ello...

    La inmersión lingüística, en sí misma, es un mal procedimiento y, además, en el caso concreto, poco democrático puesto que está primando una lengua minoritaria sobre una mayoritaria bajo el unilateral pretexto de que es la propia. Y es que el castellano, con seiscientos años de antigüedad en Cataluña (un poquito antes, pues, que las oleadas inmigrantes extremeñas, andaluzas, murcianas y etcétera) no debe ser lengua propia aquí, no.

    Yo sufrí también inmersión lingüística: la inversa. Toda mi vida, desde el parvulario hasta la carrera, la estudié en castellano de necesaria uniformidad reglamentaria y en rigurosa exclusiva. Sólo mis hermanos (dos años más joven que yo el que me sigue), pillaron al final de su Bachillerato Superior (no sé si en 6º y/o en COU) una o dos horas semanales de catalán, pero no logro recordar si formaban parte del currículo (aunque eran obligatorias, no optativas). Estoy hablando de principios de los setenta.

    Yo soy ambilingüe, o sea que no existo, o eso dicen los lingüistas, empeñados en que, en los bilingües, una lengua prima sobre otra. Pero los ambilingües existimos, y en número creciente. Somos personas en las que no prima una lengua sobre otra y que, al hablar, no traducimos mentalmente de la una a la otra: no sólo hablamos dos lenguas sino que pensamos en las dos lenguas.

    Ello es así porque soy hijo de catalán y de asturiana y siempre he hablado con mis padres en la lengua de cada cual. Desde mis primeros balbuceos. Con mis hijas, lo mismo: yo hablo con ellas en catalán (y, obviamente, ellas conmigo) y mi mujer, de origen aragonés, en castellano. Desde que nacieron. Las dos son también lingüísticamente inexistentes, las pobres. Mi padre siempre cuidó de que yo leyera libros en catalán (me los regalaba frecuentemente y, además, cada semana me compraba «Cavall Fort») como yo he cuidado de que mis hijas lean libros en ambos idiomas.

    Mi nivel de castellano está a la vista; en cuanto al catalán -del que no he tenido formación escolar- puede verlo en mi blog sobre el barrio en el que vivo; tengo el certificado C desde hace más de veinte años (obtenido a la primera) y otro certificado oficial de competencias específicas (el G, de Lenguaje Administrativo). Claro que, desde hace casi un cuarto de siglo, me paso ocho horas diarias redactando y leyendo exclusivamente en catalán (y hablándolo, claro). Modestamente, me parece que no está mal para alguien que fue no sólo sumergido en castellano sino -en términos escolares y académicos- educado en la absoluta ignorancia del catalán. En una época, además, en la que hablarlo hacía pueblerino. Mucha pijancia socio-nacionalista ex-PSC de Sant Gervasi, de niños hablaban en castellano en casa, que era lo elegante y lo fino. Y no puedo ser más concreto porque no tengo pruebas. Mejor dicho: en algún caso sí las tengo, pero no puedo -por razones éticas- ventilarlas.

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  3. Parte 2

    Nunca he tenido dificultades lingüísticas para afrontar el estudio o el trabajo. Si tengo que leer o estudiar un texto complejo y difícil, me da exactamente igual que esté en castellano o en catalán. Mis preferencias por un idioma u otro tienen que ver, cuando se dan, por causas metalingüísticas: por ejemplo, no leer «El Periódico» en catalán y, en cambio, desde que «La Vanguardia» hace dos ediciones, opto por la catalana porque a «La Vanguardia» la veo más en catalán (pese a que prácticamente toda su existencia hasta hace muy poco ha sido editada exclusivamente en castellano).

    De todo este palique se deduce que las inmersiones lingüísticas no son determinantes -o no tanto como pudiera parecer- para las competencias lingüísticas. Eso incluye otros idiomas: en la enseñanza española se ha estudiado o se estudia francés, inglés, latín y griego (y en nopocos casos durante muchísimos años) y no hay cristo bendito que hable en España -sólo por la competencia adquierida en la escuela- ni francés, ni inglés, ni latín, ni griego. Por otro lado, además, hay muchísima gente de mi época que escribe, lee y habla el castellano como para matarla y muchísima más de la actual que escribe, lee y habla el catalán como para correrla a gorrazos; y excuso decir las lenguas no sumergidas. En realidad, la cotidianidad de cada cual (y sus hábitos culturales) es la que acaba determinando realmente sus competencias lingüísticas.

    El problema de la inmersión lingüística -sea en el idioma que sea- es la dificultad añadida para los nativos de la lengua perjudicada, porque eso afecta frontalmente a su rendimiento escolar. Y eso es así y se oculta, pero es cierto y de cajón. Si un castellanohablante tiene dificultades per se con las matemáticas, por ejemplo, enséñaselas, encima, en catalán; y exígele además, que las exprese (ejercicios, exámenes, etc.) también en catalán. Lo hundes.

    Yo soy partidario del 50% y además, en doble circuito. No en doble circuito discriminador de una lengua o de otra, sino de la lengua sobre una materia o sobre otra. Me explico. En la mayoría de los centros, cada curso -sea el nivel que sea, Primaria ESO o Bachillerato) tiene más de un grupo; fácilmente puede hacerse -insisto y repito: fácilmente- que un grupo tenga unas determinadas asignaturas en una lengua y otras en la otra, y el otro grupo a la exacta viceversa; y hasta donde sea posible, que cada cual escoja grupo y, donde no sea posible, que determine el claustro de profesores en función de sus apreciaciones sobre cada alumno. Y, manteniendo las competencias lingüísticas (las que se adquieren en la escuela, que, seamos claros, son muy pocas), salvas problemas de fracaso escolar o de fracaso en algún orden de materias causado por dificultades lingüísticas añadidas.

    Pero aquí se ponen histéricos porque les obligan... ¡a un 25%!

    Porque, claro, tú y yo estamos aquí debatiendo sobre lingüística, pero sabemos -como sabe todo el mundo- que lo que hay debajo de este debate es, en realidad política.

    Y de la sucia.

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Ojo con lo que dices. Aquí puedes criticar a quien quieras y a lo que quieras (a mí incluido) pero guardando ciertas formas. El insulto y la falta de respeto, los sueltas en la taberna o en tu propio blog, no vengas a tocar las narices al mío. Lo que quiere decir que si contravienes esta condición, borraré sin más lo que hayas escrito y me da igual que clames por la censura o por la leche frita. Pero no habrá que llegar a eso ¿verdad?