2 de abril de 2014

¡Toma Alimentaria!

Bueno, pues voy y pillo una entradita en el blog de Juan Revenga de la que se deriva el conocimiento de que los huevos, tan denostados, tan colesterólicos y tan mortíferos, resulta ahora que nada, que son fuente de toda clase de placeres y bienes. Y es que las ciencias adelantan que es una barbaridad... pero nunca antes de pasarse veinte, treinta o cuarenta años amargándonos la vida con macanas admonitorias diversas sobre lo perjudicial que es todo para, al final, resultar que donde dije digo digo Diego.

Yo recuerdo cuando hace cuarenta años o por ahí (ya lo dice el post de Revenga y lo apoyo yo en un comentario, a ver si adivinas cuál) nos tenían amargados con lo que comíamos los españoles. Estas legumbres, qué horror, qué espanto, cómo puede comerse esa guarrada (recuérdese lo de culo garbancero), esa espantosa grasa hemotóxica, veneno puro, que esos marranos hispánicos le echan a todo a calderaos... ¿cómo lo llaman?... ah, sí, aceite de oliva. Ese pescado barato y cutre, sardinas, anchoas y demás, todo él pura grasuza (¿es que no sabe esa gente comer nada limpio, los muy gorrinos?). Y, oh, cielos... ¡alcohol! Esos seres inmundos beben vino en cantidades aún superiores al propio aceite (ojo, que entonces aún no se había inventado el Don Simón, aunque el Seita y El Baturrico déjalos correr: en la mili nos ponían uno embotellado en Mogente -ahora Moixent- a medio camino entre Valencia y Alicante, que se llamaba El Arrollador y os juro que su nombre lo dice todo con suma veracidad). Bueno, pues a todo eso ahora lo llaman dieta mediterránea, constituye el summum del comer pijo y si no sigues rigurosamente esa dieta se ve que te mueres joven, envuelto en mierda y presa de tremendos estertores agónicos.

Había héroes en la defensa de nuestro [guarro] comer: a benefactores de la Humanidad como Francisco Grande Covián, santo varón nunca suficientemente llorado, y a José María Busca Isusi al que la injusticia wikipédica ha ignorado en despropósito que clama al cielo, les picaron las pulgas de la pelliza de Viriato y defendieron contra viento y marea lancet-naturista nuestra dieta y nuestra gastronomía frente a tanto pijo y tanto comemierda de hamburguesería que nos ponía como chupa de dómine a base de estudios sesudísimos hoy desbancados por otros estudios sesudísimos que seguramente serán desbancados dentro de treinta o cuarenta años por otros estudios no menos sesudísimos, faltaría más.

Yo, que este año cumplo quince sin encender un maldito pitillo, que tanto mono he pasado cada vez que delante mío alguien encendía un [buen] puro, todavía guardo la esperanza de poder oir, antes de morirme, que todos estos neumólogos de pacotilla la han cagado, que el tabaco es un auténtico bálsamo para la salud y que nada como un ducados para favorecer la circulación de las endolinfas cojoneras, pongamos por caso. Ese día, hasta rezaré parafraseando al personaje de Rafael García Serrano (el padre del bárbaro que está en la mente de todos): «Gracias, Dios mío, porque, aunque el Parkinson ya no me deje encender un cigarrillo sin pegarle fuego a la cortina del salón, me has permitido, al menos, vivir para ver el triunfo de la justicia fumígena».

¿Sabéis lo que os digo? Lo mismo que en el comentario al post que da lugar a este: ha llegado un momento en que yo no me creo ya nada de nada, lo diga quien lo diga y por mejor maquetada que esté la revista que lo lleve. Por tanto, haré lo que me dé la gana -dentro de una racionalidad y una cosa, claro, no voy a hacer como aquel imbécil que cascó después de ganar un concurso comiéndose no sé si cuarenta o cincuenta o no sé cuántos perritos calientes en una hora- pero dándole rienda suelta a la alegría de vivir y de comer cosas ricas y a la bromatología, a la dietética y a la endocrinología que las den por el mismísimo tras.

Porque los colores de la vida también están en una sopera así de grande llena de pote asturiano.

1 comentario:

  1. Mi madre nació en un pueblo de la comarca de les Garrigues, famosa por la calidad de su aceite de aceitunitas arbequinas. En casa siempre se ha cocinado con el aceite virgen extra que vende la cooperativa del pueblo. Mi madre aú se muere de risa cuando, hace unas décadas, se decía que el aceite de oliva era cancerígeno. Y las lentejas, con un buen chorizo, mucho mejor.

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