17 de febrero de 2014

La fiebre del oro

Bueno, que la enésima de Wert y sus mariachis es una reforma demente de la Ley de Propiedad intelectual, ni es un secreto ni era en absoluto imprevisible. Ya hace meses, bastantes meses, que estábamos esperando a que saltara la liebre. No sorprende tampoco la práctica desaparición de la copia privada ni la definitiva criminalización de las páginas de enlaces; ni siquiera la imposición de la llamada tasa Google: todo eso también entraba perfectamente en las quinielas, más cantado cuanto más vamos conociendo a este Gobierno, conocimiento que se suma a la perfecta identificación del propio Wert y de Lassalle, la eminencia gris del invento. Quizá lo que sí sorprende es el secretismo con el que se está llevando el asunto: no ha trascendido el borrador y todo lo que sabemos lo sabemos por declaraciones de los propios creadores del invento, hasta tal punto que, de no conocerlos tan bien como acabo de decir, podríamos hasta pensar que las barbaridades que han anunciado no son sino un globo-sonda a ver qué pasa. Pero no: sabemos que esos dos son perfecta y sobradamente capaces de esa vesanía y que, por tanto, hay que tratar todo lo que sabemos como pescado vendido y temer -¡mucho!- por lo que todavía no sabemos.

Lo que más polvareda ha levantado ha sido el tema de la tasa Google, ampliamente comentado este fin de semana. Por si alguno aún no lo sabe, lo que llamamos tasa Google (así denominada por ser Google News el destinatario principal de la misma) consiste en un canon que se pagaría a los medios de comunicación de la Asociación de Editores de Diarios Españoles (que, por cierto, tiene una página web de auténtica vergüenza) por enlazar a sus contenidos abiertos. El absurdo ha sido exhaustivamente glosado este fin de semana en las redes sociales y en la blogosfera: hacer pagar a alguien por enlazar a un contenido que ya está a disposición de todos y cuya consulta (pinchazo en la página) genera un rendimiento publicitario. O sea, hacer pagar a quien te genera beneficios. Es de locos.

Es de locos, sí, pero responde una práctica que se está extendiendo muchísimo, una práctica absurda pero muy lucrativa: el saqueo de la Red.

La fiebre del oro californiana tuvo una exclamación característica: «¡Hay oro en esas montañas». Fue la fiebre del oro genuina, pero ha habido otras. Por ejemplo, Arthur Hailey escenificaba en su novela Aeropuerto el afán de enriquecimiento de los vecinos de los aeropuertos reclamando indemnizaciones por el ruido de los aviones parafraseando la vieja exclamación californiana: «¡Hay oro en ese ruido!». Pues bien, hoy podríamos decir que hay una serie de diversas categorías de gentecilla que llevan tiempo gritando «¡Hay oro en esos bits!».

Primero fue Teddy Bautista con su canon digital. Despues de una dura y larga guerra, conseguimos que el canon digital y el propio Teddy Bautista mordieran el polvo, pero seguía habiendo oro, mucho oro, en los bits. El actual Gobierno de la Generalitat catalana pergeña otro canon para proteger -o eso dice- el cine catalán; objetivo: los ISP, las compañías proveedoras de conexión a la red. ¿Dónde está la relación de causa efecto, más allá, por supuesto, de la ridícula pretensión de los perjuicios de la piratería? En ninguna parte: simplemente, como es ahí donde está el dinero es ahí a donde hay que ir a por él. El círculo de los bits de oro se va a cerrar -por el momento- en la tasa Google. No importa que los agregadores de noticias signifiquen mayores ingresos para los contenidos enlazados, la relación causa-efecto ya no constituye un requisito necesario para exigir dinero, basta con que alguien lo tenga.

Lo curioso es que cuando alguien le aplica este criterio a un banco, le caen un montón de años de prisión (a menos, claro está, que sea uno de sus directivos).

Porque, hablando de bancos, se da la nada casual circunstancia de que ellos van a ser los principales beneficiarios de la medida, lo que lleva auna reflexión tampoco muy novedosa pero bien siniestra. Primero, se rescata escandalosamente a un montón de entidades financieras al coste de todo el sistema de protección social; después, se estructura el sector energético de forma que las compañías eléctricas y gasísticas sean los amos del país... para resultar, finalmente, que los propietarios de las compañías eléctricas y gasísticas son los bancos y, entre ellos, unos cuantos que hasta la crisis financiera eran cajas; finalmente, se nos viene encima la tasa Google a beneficio de la prensa papelera que, en ruina casi total, debe ingentes cantidades de dinero al sector financiero que acaba siendo, de hecho, el amo mediático del país.

La suma de dos y dos da, indefectiblemente, cuatro. Aunque no hacía falta sumar tanto para saber a quién sirve realmente este Gobierno (y el anterior, ojo, que el problema es de sistema, no de este partido o de este otro).

Pero lo cierto es que, una vez esquilmados los ciudadanos hasta lo imposible, la ambición insaciable (y, casualmente, la de los fracasados sostenedores de modelos de negocio obsoletos, la de los empresarios negligentes y pleistocénicos) pone su punto de mira en la Red; y, dentro de la Red, contra tirios y troyanos, indiscriminadamente, da igual que se trate de grandes ISP, de potentes empresas proveedoras de servicios o de pequeños o medianos agregadores de noticias. Y no digamos de ciudadanos corrientes y molientes si llega a hacer falta (porque conviene no olvidar que el canon digital persiste, ahora integrado en los Presupuestos Generales del Estado, con lo que es aún más indiscriminado y aún más injusto que antes).

Hay mucho que hablar de esta reforma. Se está hablando ya y se va a seguir haciendo. A no mucho tardar habrá que dedicar un rato a hablar de la desaparición de la copia privada (con lo que queda claro que el canon no responde más que a una farándula ávida de pillar su parte del oro de los bits) y la conversión de los derechos de autor en el copyright anglosajón puro y duro.

Y habrá que estudiar nuevamente movilizaciones cívicas de nuevo cuño. Esta vez la artillería ciudadana no dispone de un icono enemigo, como lo fue Teddy Bautista; Wert es un personaje profundamente detestable y cumpliría con creces su papel, pero Wert no estará ahí dentro de un año (y puede que dentro de mucho menos); otros vendrán detrás de él -en el PP o en cualquier otro partido que lo supla, lo que no es nada improbable en menos de un par de años- y, con mayor o menor carisma -obviamente negativo- seguirán haciendo lo mismo que él. Hasta que no cambie el sistema, el ministerio de Cultura será el mamporrero de la desmedida ambición de los zánganos.

Por tanto, no podemos actuar como lo hicimos en la guerra anterior, basada en el pateo sistemático de la imagen del enemigo. Esta vez habremos de ir a donde verdaderamente duela. Esta vez, habrá que plantearse seriamente el uso intensivo del boicot y de un boicot imaginativo, además, un boicot modelo Shell: no boicotear a un entero sector -cosa que es muy difícil de lograr por la atonía cívica que sufrimos- sino seleccionar una empresa que constituya un estandarte de ese sector y masacrarla, para que las demás se apliquen ejemplo y escarmiento.

Por que ya no se trata de parar este golpe, o no solamente este golpe: se trata de detener, ya en fase puramente preventiva, todos los que puedan venir después.

Imagen: Campaña contra el canon digital de la Asociación de Internautas
Licencia: Dominio público

2 comentarios:

  1. Tenia mucha curiosidad por leer lo que pensabas sobre este nuevo timo. Esta vez, coincido contigo en todo. Y, con el tema del boicot, ya estamos en ello; pero hay que profundizar.

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  2. Amigo Javier Cuchí, amigos de la Asociación de Internautas, amigos todos navegantes:
    ¡A la lucha! ¡Que será mucha! Pese, a la "atonía cívica", circundante, al pasotismo sempiterno, pese a todo, allí estaremos, en la plaza y en el teclado, apoyando a todos los que se rebelen contra el yugo opresor de estos mequetrefes, que se creen impunes, y no son más que un hato de mandados subvencionados.

    Alejandro-Hugo Rodríguez Pereira
    elabueocelta

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Ojo con lo que dices. Aquí puedes criticar a quien quieras y a lo que quieras (a mí incluido) pero guardando ciertas formas. El insulto y la falta de respeto, los sueltas en la taberna o en tu propio blog, no vengas a tocar las narices al mío. Lo que quiere decir que si contravienes esta condición, borraré sin más lo que hayas escrito y me da igual que clames por la censura o por la leche frita. Pero no habrá que llegar a eso ¿verdad?