25 de febrero de 2014

¿Por qué me abandonáis?

Desde que he descubierto una aplicación que se chiva de los unfollows de Twitter, me lo estoy pasando bomba. Antes, me costaba mucho ya no descubrir por qué me había dejado de seguir ese tío o aquella tía, sino el simple hecho de que había dejado de seguirme. Hoy, esto último lo tengo facilísimo; lo otro tengo que hacerlo por deducción, pero el margen de error es razonablemente pequeño, si uno compara quién se le va con los últimos tuiteos que ha subido y los últimos movimientos de sus cuentas de seguidores y seguidos.

Mi particular campeonato de unfollowers viene a estar así (sin orden de importancia, ni cualitativo ni cuantitativo):

1. Los cambistas de cromos - En un momento dado, te sigue alguien y vas a ver su perfil y sus últimos tuiteos o retuiteos. Y descubres que no tiene absolutamente nada en común contigo. Miras su número de seguidores y de seguidos y te das cuenta de que ambos se andan por el millar y están equilibrados. Bueno, pues no falla: ya tienes ahí a un coleccionista desesperado por incrementar sus cifras de todo. No entiendo muy bien a qué esta manía de crecer por que sí, pero ahí los tienes. Naturalmente, no le sigo a él, no me interesa para nada ni su actitud ni, generalmente, lo que cuenta. Y, obviamente, pasados dos o tres días sin que yo le dé, a mi vez, el anhelado «sí», me da el correspondiente unfollow. Adiós, muchacho, y pasa por la sombra.

2. Los apolíticos - Estos son los que más me cabrean, la verdad y me cabrean mucho. Te siguieron porque, en un momento determinado, hiciste mención de algo que tenía que ver con su centro de interés (por casualidad o porque ese centro de interés también es tuyo); luego descubrieron que ese interés era ocasional o bien que no es el único que tienes y plaf, unfollow al canto. Lo comprendo en el primer caso, pero no en el segundo. Y, desde luego, el unfollow es fulminante en cuanto dices algo sobre política (y tengo un caso detrás de la oreja que me huele a unfollow por causa de religión, pero eso tengo que contrastarlo más antes de señalar con el dedo). Lamentablemente, en este grupo se hallan principalmente ex-followers del mundo aeronáutico, para los cuales se ve que tendría que tener un usuario Twitter exclusivo para la aeronáutica y otro (u otros) para todo lo demás. Curiosamente, uno de esos unfollowers -de los primeros que tuve, además, en lo de la aeronáutica- fue... ¡una asociación a la que pertenezco!. ¿Qué pretenden unos y otros? ¿Que consagres tu vida y tu personalidad en red enteramente a ese concreto entorno?

3. Los adversarios políticos - Parecerá -o no- lógico: cuando a alguien de izquierdas le parece que eres de derechas, te expulsa de su paraíso tuitero; igualmente, cuando a alguien de derechas le resultas excesivamente rojo, ídem del lienzo. Si a un ultraespañolista le sales con un detalle excesivamente catalán (cosa que en mí debería ser rara, puesto que todo el mundo sabe que soy armenio), a la puta calle; y, por supuesto, muchos independentistas catalanes, a la que detectan mi hispanismo, me arrojan a las tinieblas. En estos grupos hay una curiosa particularidad: usuarios que aparecen como partidarios de la unidad de España que me han dado la patada porque me han visto... demasiado de izquierdas (cosa que no soy, o no soy típicamente, pero bueno...) como si no se pudiera ser de izquieras (en su caso) y partidario de la unidad de España (sobre esto ya he hablado antes, así que no me extiendo, pero no podía dejar de constatar de nuevo este tan batueco fenómeno).En este caso, sin embargo, se da una circunstancia muy curiosa: mis followers más fieles son algunos usuarios de derechas (muy de derechas) y algunos independentistas; no todos los independentistas o derechistas que en un momento dado me han seguido, pero sí un grupito de cada uno de ellos que parece inasequible al desaliento en esto de seguir mis paridas. Llama la atención, además, porque ambas tipologías ideológicas suelen caracterizarse (ojo, que es una generalización) por su falta de sentido del humor y por su falta de cintura ante las opiniones contrarias. Pues ya ves: estos, no; he ido a dar con las excepciones de la regla.

En fin que, como he dicho arriba, es divertido, todo esto. Quizá no tanto en el de los apolíticos que he citado, pero, en general, uno de los ejercicios que más me encanta últimamente cuando enciendo el PC de casa, es invocar al soplón, ver quién me ha fustigado con el látigo de su indiferencia tuitera y tratar de adivinar qué acción, omisión, palabra, silencio, actitud, gusto, disgusto, risa o llanto de los míos habrá causado su desagrado hasta el punto del asesinato pajaril.

Alguien tendría que estudiar esto con sistemática académica. Igual nos reiríamos aún mucho más.

La señal del pajarito y el logotipo y la marca Twitter son propiedad de Twitter, Inc

20 de febrero de 2014

El camino de la locura

El otro día hablaba de lo más llamativo de la reforma de la LPI: la llamada (mal llamada, dicen algunos, no sin razón) «tasa Google» pero que, en realidad, no es sino un canon y, como tal canon, desproporcionado, indiscriminado, injusto y, en definitiva, un pago por nada. Se dirá que no modificamos la dialéctica por más que pasan los años, pero es que la naturaleza del atraco no cambia con los años; sólo cambian -y no mucho- los protagonistas... Salvo a la hora de pagar, que acabamos pagando los de siempre, por más que el atraco se haga por empresas interpuestas (tanto el rufián como la víctima).

Hoy voy a hablar de otra cosa, como también prometí el otro día, pero seguiré sin haber hablado de todas las consecuencias (de todas las que ahora mismo podemos imaginar) de esa reforma legal: para ello se van a necesitar muchas más entradas de blog.

Hoy toca hablar de una particularidad de ese canon que trasciende del propio canon. Por si fuera poco. Me refiero a la irrenunciabilidad de su percepción, según la cual todo el mundo pierde el derecho a donar, regalar... llámalo como quieras: ceder gratuitamente su obra con condiciones, pocas o muchas, o sin ellas.

Hablemos un poco de los antecedentes. La doctrina de los derechos de autor -y la LPI- establecen hasta hoy unos derechos irrenunciables que se corresponden con unos derechos morales del autor: el derecho a ser reconocido como tal autor y el derecho a la divulgación o no de sus obras. Este último se entiende, desde luego, como un derecho previo: uno escribe un libro, compone una canción o escribe una tesis sobre mecánica cuántica y decide, a la postre que no, que no ilumina al mundo con su sabiduría, de modo que mete la obra en el cajón con siete vueltas de cerradura y echa la llave a los tiburones del Mar Rojo. Triste, lamentable (o no: la obra puede dar vergüenza a su autor o puede haberse dado cuenta de que atenta, por ejemplo, contra la doctrina de la Iglesia o contra el bien de la Patria, siendo así que es afecto a una u otra respectiva, o a ambas), el mundo deja de recibir una aportación quizá importante, valiosa, quizá incluso -podríamos llegar a admitir- a la que tiene, también moralmente, derecho, pero no: prevalece ese derecho del autor a divulgar su obra o no; como antes prevaleció -por la fuerza de la realidad, más que por la de la ley- su derecho a crearla o no. Incluso durante un tiempo (creo recordar que eso se desvaneció en una de las últimas modificaciones de la LPI) se consideraba un derecho moral, y por ello irrenunciable, el que tenía el autor a retirar su obra del acceso público una vez divulgada, previas las indemnizaciones correspondientes. Supongo que este tercer derecho se retiró por ser de muy difícil ejercicio en la realidad: primero, porque la indemnización al editor podría ser inasumible; segundo, porque no está claro que la LPI obligara (ni pudiera obligar) a nadie que tuviera una copia de esa obra a devolverla o a destruirla por más idemnizado que fuese; y tercero porque, en el mundo moderno, es prácticamente imposible disponer de un censo exhaustivo de qué personas o entidades conservan copias de qué obras: pensemos en libros, discos, cintas o DVD de películas, etc.

Hemos visto, pues, que, hasta ahora mismo -puesto que la LPI que así lo dispone continúa en vigor- sólo se establecen como irrenunciables derechos fundamental o únicamente morales, sin más contenido económico que el que -muy eventualmente- pudiera derivarse de la renuncia de esos derechos o de su vulneración por terceros.

La barbaridad que pretende el anteproyecto de reforma de la Ley no es un simple vuelta de tuerca más o menos dura: es una media vuelta completa para ponernos a los creadores mirando hacia el expolio total, no de nuestro dinero o no sólo de nuestro dinero, sino también y sobre todo, de nuestros derechos, de derechos, precisamente, morales.

La entidad de gestión (la SGAE de turno, que esta vez será CEDRO) podrá recaudar dinero por los enlaces que se hagan, de hecho, a cualquier tipo de contenido -porque todo es obra, todo es creación- y esa recaudación brutal no podrá detenerse con una licencia GPL, con una Creative Commons o con una ColorIuris, por poner los tres ejemplos más comunes. Ni siquiera por una obra puesta directamente y sin más, en el dominio público. Es decir, cualquier blog que enlace al mío, cualquier persona que cite una entrada de este blog en Twitter o Facebook, cualquier persona que enlace a mi blog desde una entrada del suyo, podrá verse obligada a pagar y yo, encima -aunque no es lo más importante- no podré cobrar porque no soy socio -ni pienso serlo- de CEDRO.

Alguien pensará que, bueno, chaval, cómo exageras, si tu blog es una bitacorilla absolutamente mindundi, andar persiguiendo a quien te enlaza no rentabilizaría ni el coste de la persecución. De acuerdo. Pero hay otros blogs de los que ya no puede decirse lo mismo. En realidad, no obstante, quizá no sean los blogs su target (su target económico: después veremos cómo el otro sí) sino medios como elDiario.es, con licencia Creative Commons, u otros que, sin tener ningún tipo de licencia libre o similar, sí proporcionan gratuitamente sus contenidos al lector, porque su modelo de negocio es el de los ingresos por publicidad derivados de una afluencia masiva a sus páginas.

Esos medios, o deberán afiliarse a AEDE (el soberano -empresas mediáticas- que impulsó al Bellido Wert) o deberán soportar cómo AEDE (que, en definitiva, es su competencia) se reparte alegremente lo recaudado entre quienes los enlacen.

Obviamente -y eso también resulta interesantísimo para el poder político, más aún que para el mediático- por esta vía se puede ejercer (y se ejercerá, sin duda) la más brutal censura: toda aquella página que resulte lo suficientemente molesta será reducida al silencio o, cuando menos, a la irrelevancia, por la sencilla vía de amargar la vida de todos aquellos que la enlacen.

Esto es lo que nos espera.

Y, más allá de esas consecuencias económicas y políticas, nada desdeñables, yo me pregunto: ¿puede declararse irrenunciable, así, por las buenas una retribución? Se dirá que eso ya existe en el derecho laboral, y es cierto, pero ahí existe una razón de especial relevancia: la de evitar supuestos de esclavitud que, sin duda se darían (incluso hay intentos conocidos, en estos desgraciados tiempos que vivimos, de ofertar puestos de trabajo sin retribución o consistiendo ésta en la simple manutención alimenticia); a esta razón superior se subordina lo que, en definitiva es un derecho humano: el afán de liberalidad (entendido en su acepción jurídica, no política), el ánimo de favorecer a otro o a otros por puro espíritu altruista. Incluso la irrenunciabilidad del trabajo tiene -aunque muy medidas y tasadas- sus excepciones, como lo que se ha dado en llamar voluntariado. Pues bien: lo que se admite incluso para algo tan sagrado como es el trabajo, lo cierra Wert para la creación intelectual.

Yo creo (o espero, más que creo) que a esa bestialidad le sucederá algún tipo de recurso: aparte de los tribunales ordinarios, el amparo constitucional o el mismísimo Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, porque la irrenunciabilidad de la remuneración por la creación no sólo supone la castración de uno de los más nobles sentimientos del ser humano, del individuo, sino la eliminación de lo que todavía hoy -pese a castas y farándulas- constituye el principal vector y motor del conocimiento humano: la libre (libre, señores ¿saben ustedes lo que eso quiere decir?) expresión y divulgación de las ideas y del conocimiento.

Esta vez se han pasado mucho, muchísimo: porque si esto se consolida, se habrá dado un paso real, no meramente en términos supuestos, comparativos o dialécticos, sino verdadero, material en toda su amplitud, para establecer aquí un sistema nazi.

Así lo digo: con todas sus letras, con todo su significado, con toda su intención.

Imagen: Magnus Manske en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by-sa

18 de febrero de 2014

Llegar

Uno no hubiera dicho en sus años mozos que el simple «llegar a casa» pudiera constituir algo tan complicado. Acaso, cuando uno sufre un apretón de aquellos y no encuentra las llaves ni a tiros, pero esto es felizmente excepcional y no constituye la tónica habitual del acontecer cotidiano.

Pero sí, es complicado para un padre de familia. Bueno, tampoco hay que exagerar: simplemente es más laborioso que antes, cuando uno llegaba y llegaba y ya está. Ahora, llegar a casa es un ejercicio que se divide en tres fases:

Prellegada - Uno entra en casa con el abrigo puesto, la mochila a la espalda (la mochila no es muy elegante y menos a mis años, pero es la única forma racional y traumatológicamente saludable de llevar un montón de trastos que, en conjunto, pesan lo suyo) y los auriculares empotrados en los pabellones auditivos (a veces, incluso con las gafas de sol puestas aún). En ese preciso instante, dos hijas (y, a veces, también una esposa) encuentran que es urgentísimo explicar -tras un muy fugaz saludo de bienvenida- que el sábado se va de cuchipanda a no sé dónde, que Fulano es un tal por cual porque ha hecho no sé qué falcatrúa, que el domingo viene a comer no sé quién, que le han puesto un X en tal o cual parcial, que le compre un determinado libro por Internet, que me acuerde de llamar al lampista, que si el sábado iré a espotear al aeropuerto (o bien para ir conmigo, si es la hija, o bien para saber si me llevaré el coche, si es la esposa y madre) y así un etcétera que, un día por otro, es larguísimo. Tras reclamar orden y concierto, un poco de paciencia y mucha claridad en las prioridades al grito de «¿Me vais a dejar llegar o qué, coño?», uno es enviado a freir espárragos por toda la familia y puede, por tanto, proceder a la segunda fase.

Llegada (propiamente dicha) - Es decir, lo que hace todo el mundo en condiciones normales y lo que solía hacer yo antes de ser padre de familia: se quita uno las gafas de sol (si es el caso), el abrigo, la mochila, extrae de ella los útiles que van a serle necesarios, deja el móvil encima de la mesa y lo demás en su lugar, se cambia de ropa, echa al cesto de la ropa sucia o a la lavadora lo que procede, busca en el lugar de depósito habitual si hay correo caracol, mordisquea una manzana que ha pillado del frutero y hace las preguntas de rigor y ritual sobre el buen orden de la casa y de la vida de la familia en general.

Postllegada - Uno se sienta en su lugar, descanso (el sofá, la silla del estudio, lo que sea), sintiéndose en paz con la Humanidad y con la Agencia Tributaria, dispuesto a hacer lo que le apetece o tenía programado para su tiempo libre, pero entonces se produce una suerte de feed-back, un bucle que hace que vuelva a repetirse el argumentario de la Prellegada, aunque esta vez, en lugar de venir en tropel va llegando en fila india, y entonces hay que desear de buen rollito que el sábado te lo pases bomba, que sí que Fulano es un hijo de la grandísima, pero que la vida es así y está llena de cabrones, que qué alegría que venga no sé quién el domingo y qué bien lo vamos a pasar, felicidades (o condolencias) por el X del parcial (tras escuchar con solícita atención la prolija explicación sobre el dificilísimo contenido del tal parcial y el consiguiente festival de insultos al progenitor del que lo pergeñó), compro el libro por Internet y le arreo a la VISA cuarenta castañas y eso que es de segunda mano, llamo al lampista que, ante la urgencia de la reparación que necesito, se compromete por la gloria de su madre a venir antes de Navidad y, finalmente, decido que sí, que el sábado me iré a espotear y que me llevo a la niña y, por supuesto, el coche, porque ir a la cabecera de la 25R en transporte público y con todos los trastos que lo haga el Indiana Jones (hay quien lo hace, ojo, y le rindo mi sentido homenaje de admiración).

Cumplidos que son todos estos deberes, puede, por fin, dedicarse uno a lo suyo... durante la media hora que queda para ir a cenar.

Hogar, dulce hogar.

Imagen: Pawel ze Szczecina en Wkikimedia Commons
Licencia: CC-by-sa

17 de febrero de 2014

La fiebre del oro

Bueno, que la enésima de Wert y sus mariachis es una reforma demente de la Ley de Propiedad intelectual, ni es un secreto ni era en absoluto imprevisible. Ya hace meses, bastantes meses, que estábamos esperando a que saltara la liebre. No sorprende tampoco la práctica desaparición de la copia privada ni la definitiva criminalización de las páginas de enlaces; ni siquiera la imposición de la llamada tasa Google: todo eso también entraba perfectamente en las quinielas, más cantado cuanto más vamos conociendo a este Gobierno, conocimiento que se suma a la perfecta identificación del propio Wert y de Lassalle, la eminencia gris del invento. Quizá lo que sí sorprende es el secretismo con el que se está llevando el asunto: no ha trascendido el borrador y todo lo que sabemos lo sabemos por declaraciones de los propios creadores del invento, hasta tal punto que, de no conocerlos tan bien como acabo de decir, podríamos hasta pensar que las barbaridades que han anunciado no son sino un globo-sonda a ver qué pasa. Pero no: sabemos que esos dos son perfecta y sobradamente capaces de esa vesanía y que, por tanto, hay que tratar todo lo que sabemos como pescado vendido y temer -¡mucho!- por lo que todavía no sabemos.

Lo que más polvareda ha levantado ha sido el tema de la tasa Google, ampliamente comentado este fin de semana. Por si alguno aún no lo sabe, lo que llamamos tasa Google (así denominada por ser Google News el destinatario principal de la misma) consiste en un canon que se pagaría a los medios de comunicación de la Asociación de Editores de Diarios Españoles (que, por cierto, tiene una página web de auténtica vergüenza) por enlazar a sus contenidos abiertos. El absurdo ha sido exhaustivamente glosado este fin de semana en las redes sociales y en la blogosfera: hacer pagar a alguien por enlazar a un contenido que ya está a disposición de todos y cuya consulta (pinchazo en la página) genera un rendimiento publicitario. O sea, hacer pagar a quien te genera beneficios. Es de locos.

Es de locos, sí, pero responde una práctica que se está extendiendo muchísimo, una práctica absurda pero muy lucrativa: el saqueo de la Red.

La fiebre del oro californiana tuvo una exclamación característica: «¡Hay oro en esas montañas». Fue la fiebre del oro genuina, pero ha habido otras. Por ejemplo, Arthur Hailey escenificaba en su novela Aeropuerto el afán de enriquecimiento de los vecinos de los aeropuertos reclamando indemnizaciones por el ruido de los aviones parafraseando la vieja exclamación californiana: «¡Hay oro en ese ruido!». Pues bien, hoy podríamos decir que hay una serie de diversas categorías de gentecilla que llevan tiempo gritando «¡Hay oro en esos bits!».

Primero fue Teddy Bautista con su canon digital. Despues de una dura y larga guerra, conseguimos que el canon digital y el propio Teddy Bautista mordieran el polvo, pero seguía habiendo oro, mucho oro, en los bits. El actual Gobierno de la Generalitat catalana pergeña otro canon para proteger -o eso dice- el cine catalán; objetivo: los ISP, las compañías proveedoras de conexión a la red. ¿Dónde está la relación de causa efecto, más allá, por supuesto, de la ridícula pretensión de los perjuicios de la piratería? En ninguna parte: simplemente, como es ahí donde está el dinero es ahí a donde hay que ir a por él. El círculo de los bits de oro se va a cerrar -por el momento- en la tasa Google. No importa que los agregadores de noticias signifiquen mayores ingresos para los contenidos enlazados, la relación causa-efecto ya no constituye un requisito necesario para exigir dinero, basta con que alguien lo tenga.

Lo curioso es que cuando alguien le aplica este criterio a un banco, le caen un montón de años de prisión (a menos, claro está, que sea uno de sus directivos).

Porque, hablando de bancos, se da la nada casual circunstancia de que ellos van a ser los principales beneficiarios de la medida, lo que lleva auna reflexión tampoco muy novedosa pero bien siniestra. Primero, se rescata escandalosamente a un montón de entidades financieras al coste de todo el sistema de protección social; después, se estructura el sector energético de forma que las compañías eléctricas y gasísticas sean los amos del país... para resultar, finalmente, que los propietarios de las compañías eléctricas y gasísticas son los bancos y, entre ellos, unos cuantos que hasta la crisis financiera eran cajas; finalmente, se nos viene encima la tasa Google a beneficio de la prensa papelera que, en ruina casi total, debe ingentes cantidades de dinero al sector financiero que acaba siendo, de hecho, el amo mediático del país.

La suma de dos y dos da, indefectiblemente, cuatro. Aunque no hacía falta sumar tanto para saber a quién sirve realmente este Gobierno (y el anterior, ojo, que el problema es de sistema, no de este partido o de este otro).

Pero lo cierto es que, una vez esquilmados los ciudadanos hasta lo imposible, la ambición insaciable (y, casualmente, la de los fracasados sostenedores de modelos de negocio obsoletos, la de los empresarios negligentes y pleistocénicos) pone su punto de mira en la Red; y, dentro de la Red, contra tirios y troyanos, indiscriminadamente, da igual que se trate de grandes ISP, de potentes empresas proveedoras de servicios o de pequeños o medianos agregadores de noticias. Y no digamos de ciudadanos corrientes y molientes si llega a hacer falta (porque conviene no olvidar que el canon digital persiste, ahora integrado en los Presupuestos Generales del Estado, con lo que es aún más indiscriminado y aún más injusto que antes).

Hay mucho que hablar de esta reforma. Se está hablando ya y se va a seguir haciendo. A no mucho tardar habrá que dedicar un rato a hablar de la desaparición de la copia privada (con lo que queda claro que el canon no responde más que a una farándula ávida de pillar su parte del oro de los bits) y la conversión de los derechos de autor en el copyright anglosajón puro y duro.

Y habrá que estudiar nuevamente movilizaciones cívicas de nuevo cuño. Esta vez la artillería ciudadana no dispone de un icono enemigo, como lo fue Teddy Bautista; Wert es un personaje profundamente detestable y cumpliría con creces su papel, pero Wert no estará ahí dentro de un año (y puede que dentro de mucho menos); otros vendrán detrás de él -en el PP o en cualquier otro partido que lo supla, lo que no es nada improbable en menos de un par de años- y, con mayor o menor carisma -obviamente negativo- seguirán haciendo lo mismo que él. Hasta que no cambie el sistema, el ministerio de Cultura será el mamporrero de la desmedida ambición de los zánganos.

Por tanto, no podemos actuar como lo hicimos en la guerra anterior, basada en el pateo sistemático de la imagen del enemigo. Esta vez habremos de ir a donde verdaderamente duela. Esta vez, habrá que plantearse seriamente el uso intensivo del boicot y de un boicot imaginativo, además, un boicot modelo Shell: no boicotear a un entero sector -cosa que es muy difícil de lograr por la atonía cívica que sufrimos- sino seleccionar una empresa que constituya un estandarte de ese sector y masacrarla, para que las demás se apliquen ejemplo y escarmiento.

Por que ya no se trata de parar este golpe, o no solamente este golpe: se trata de detener, ya en fase puramente preventiva, todos los que puedan venir después.

Imagen: Campaña contra el canon digital de la Asociación de Internautas
Licencia: Dominio público

11 de febrero de 2014

Cansinos

Me llena de alegría un titular al que llego vía Menéame en el que un preboste del fútbol (que no sé quién es exactamente ni me interesa un rábano saberlo) se queja de que la piratería está llevando el negocio a la ruina. Bueno, aparte de que la ruina del fútbol sería por sí sólo un excelentísimo motivo para que yo adorara la piratería, las lágrimas de cocodrilo de ese individuo se unen a otras, más clásicas, de todos bien conocidas.

En un post de ayer mismo, Enrique Dans ya les patea el trasero a estos cuentistas, con argumentos no por largamente reiterados (por él y por muchos otros, yo entre ellos) menos ciertos y contundentes.

Pero no hay manera. Quieren que se pague por ver sus contenidos, cosa que me parece muy bien; pero lo malo es que quieren que se pague según el modelo de servicio que ellos dicten.

Uno de esos modelos -que afecta plenamente al tema del fútbol- es el de abono. Abono quiere decir que no puedes adquirir el contenido que te interesa, sino que tienes que tragártelo metido en un paquete de contenidos que no te interesan para nada pero que se pretende que se paguen igual. Es como si yo voy a una frutería y, al pedirle al tendero que me ponga esa manzana, me replica que sólo me la puede poner si le compro un kilo de ellas; o, peor aún, que sólo me la sirve si, con ella (o con ese kilo de ellas), compro además un kilo de tomates.

Cuando se instauró la TDT, nos vendieron que una de sus ventajas (técnológicamente posible) era la de servir contenidos a la carta, sin abono. Me interesa ese partido de fútbol, o esa corrida de toros, o esa carrera ciclista y, conveniéndome su precio, lo compro y ya está. Pues no: tienes que abonarte -casi siempre por satélite- a una cadena -obviamente, de pago- futbolera o taurina o deportiva en general, con lo que pagas por un montón de contenidos que ni fu ni fa. Y gracias si es sólo eso: es habitual que esas cadenas especializadas cuelguen de otras generalistas, es decir, para poder abonarte al canal futbolero o taurino, primero tienes que estar abonado al canal generalista del proveedor. Y no es raro que ese contenido que te interesa no vaya siquiera comprendido en los precios de las dos cadenas de trago obligatorio sino que tengas, además, que pagarlo aparte.

El caso del cine es paradigmático de todo esto, gracias a que el cine ha metido al enemigo en casa. González Macho es productor cinematográfico, sí, pero como segunda dedicación: su verdadero negocio es la exhibición, las salas de cine. Y son las salas de cine (no la piratería) las que están arruinando a la industria: primero con sus precios super-abusivos (la prueba es que cuando bajan, como hacen ahora los miércoles, la cosa marcha); y, segundo, con las ventanas de exhibición, que impiden ver un estreno por oro medio ajeno a la sala, lo que lleva a que la gente se busque la vida y la encuentre, claro está (y además, gratis). Peor para ellos.

Un día se darán cuenta de esto. Ellos no, claro, pero cuando estos de ahora se hayan arruinado y los que vengan detrás aprendan la sencilla lección de que si quieres que la gente pague hay que dar lo que la gente quiere y búscate la vida para rentabilizarlo, volverán a vivir tiempos económicamente esplendorosos. Y me alegraré de ello.

Como también me alegraré cuando algunos se tiren de los pelos y se mesen las barbas viendo el ingente volumen de negocio que han perdido mientras querían imponer no sólo un modelo de negocio sino, además, unas reglas del juego.

Y la única regla que hay aquí es que la gente paga por lo que quiere comprar, no por el lo tomas o lo dejas del vendedor. Porque entonces, como es de ver, vamos a buscarlo a otra parte. Y lo encontramos.

No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Imagen: Fernando de Sousa en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by-sa

10 de febrero de 2014

«Transparencia» corrupta

Lo que pudo ser en su conjunto la declaración de la infanta Cristina ante el juez del «caso Nóos» el pasado sábado, queda perfectamente reflejado en los cinco minutos de este vídeo.


Quizá lo ilustre aún más una especie de chascarrillo que Iñaki Oteiza lanzó en Twitter sobre el asunto:


Sin embargo, no es de la famosa declaración de la infanta de lo que yo quiero hablar, entre otras cosas porque se está haciendo prolijamente en los distintos medios y en todas las redes sociales.

De lo que quiero hablar es, precisamente, del vídeo.

Este vídeo es una infamia. No su contenido, sino el hecho de que exista.

Yo no sé qué ocurre en la Administración de Justicia de este país, pero, en lo que a custodia de secretos se refiere, los juzgados españoles parecen ser verdaderas casas de putas. No hay secreto de sumario, por grave que sea de fondo (en la forma, ni te cuento) el caso en cuestión que no sea público en horas prolijamente ilustrado con cualquier tipo de documento (escrito, gráfico, audiovisual...): nada parece inasequible a los medios de comunicación (o a ciertos medios de comnicación, y con eso me refiero a la práctica totalidad de los comerciales) y a sus fondos de reptiles. No hay secreto de sumario capaz de proteger intimidades personales, privacidades o actuaciones judiciales, ni material escrito, ni gráfico, ni sonoro. El soborno, la corrupción, circulan con una alegría y, sobre todo, con una impunidad, que asombran.

¿Alguien sabe cuántos funcionarios han sido procesados por revelación de secretos? ¿Expedientados administrativamente, siquiera? Quizá habrá alguno, desde luego, pero no parece que sea más que una mínima parte de los que se sacan sobresueldos a base de corrupción, al menos a juzgar por la trascendencia mediática de esa pírrica represión.

El secreto sobre los datos que maneja -sean judiciales, o de cualquier otra naturaleza- es algo inherente a la función pública e inseparable de la misma. Como funcionario -a lo largo de cuya carrera ha tenido en sus manos, en varias ocasiones, información muy delicada- me avergüenzo de que tanto corrupto, de que tanto sinvergüenza, mantenga esa condición. Porque no debería hacer falta ni siquiera el secreto de sumario formalmente declarado: es que ningún conocimiento de lo que sucede en el juzgado, por público que sea, por inofensivo que parezca, debería salir jamás del funcionario de no ser a través los procedimientos establecidos por la normativa para la información de los ciudadanos y en los casos previstos por ésta.

Al tío (o tía, da igual) que ha realizado esta filmación debería caérsele el pelo bien caído, aunque tengo mis dudas de ello. Y eso que su identificación ha de ser fácil: la comparecencia de la infanta no era en audiencia pública y no podía acceder cualquiera a la sala. Ha tenido que ser, pues, algún empleado del juzgado o de los bufetes y letrados que asisten a las partes y que han tenido que ser expresamente autorizados para el acceso a la estancia.

Pero sea lo que sea lo que le ocurra a ese fulano, por duro que sea, no será suficiente. Hay que castigar el caso pero, sobre todo, atajar el fenómeno. Y el fenómeno sólo se ataja con represión: procedimientos sancionadores con separaciones de servicio a todo pasto, causas penales por revelación de secretos... todo, cuanto esté dentro de la ley.

Porque mientras las cosas estén así, también podrá decirse en este sentido que la justicia es un cachondeo.

6 de febrero de 2014

No habrá «situación jurídica nueva»

Bueno, supongo que ahora estará ya claro ¿no?

La realidad acaba pesando más que todas las películas y, como era previsible, a medida que se va acercando la hora de la verdad, ya se van enseñando patitas por debajo de la puerta. Después de muchos meses de marear la perdiz, los impulsores del independentismo han tenido que rendirse a la evidencia: cualquier cambio en la estructura territorial española -y la independencia no digamos- pasa necesariamente por una reforma constitucional y una reforma constitucional pasa impepinablemente por el voto de todos los españoles. Que es lo que unos cuantos no nos hemos cansado de repetir, entre denuestos y maldiciones de quienes se negaban a ver lo que era patente y evidente. Nunca como en este tema se ha podido constatar cómo, incluso en gente capacitada y de cabeza amueblada, los deseos logran ocultar y distorsionar la más clara de las realidades. Viendo esto, no me extraña que los estafadores bancarios se hincharan a vender preferentes tóxicas (que, ojo, no todos los que han picado han sido ancianitos indefensos, también ha metido el remo mucho listo).

¿En qué queda ahora el derecho a decidir? En nada. Ya dijo Mas el domingo pasado y ratifica Homs hoy que la consulta no genera automáticamente una situación jurídica nueva. En román paladino: que no sirve para nada salvo para hacerse, quizá, con un capital político. Y dentro de un párrafo o dos veremos que no, que tampoco.

Todo eso no podía ser ignorado de ningún modo ni desde el Palau de la Generalitat ni desde la sede de ERC, allá donde sea que esté. Pues bien, eso de vender un producto que luego resulta que no es lo que se ha vendido (derecho a decidir, etcétera) tiene un nombre muy claro. Tan claro que ni me hace falta decirlo. En fin, pues, el derecho a decidir no lo tiene sino el conjunto de los españoles. Pero, al final de este artículo veremos que tampoco. Vaya, que no es que no lo tenga, es que no lo va a poder ejercer. Gracias, precisamente, al independentismo desencadenado. Pero ya llegaremos a eso.

Lo de la consulta también queda reducido a escombros. Si no tiene valor jurídico alguno estamos hablando de un vulgar, corriente y moliente sondeo de opinión, lo que hace absurdo gastarse el dineral que cuesta un sucedáneo de referendum. Que contraten a una empresa de sondeos de opinión y que realice uno bien amplio. Pero como el dineral es de los ciudadanos y no de los promotores de la consulta (y, es más, generaría gasto público como para que a más de uno se le agradecieran los servicios prestados con la concesión de una licitacioncita que otra), la tentación de emplearlo de todos modos está ahí. Porque se les ocurre, además, que si logran un resultado con una cifra importante de favorables a la independencia, incluso aunque no fuera mayoritaria, podría darles capital político suficiente como para seguir dando la vara.

Pero pueden ocurrir -y, de hecho, creo que van a ocurrir- varias cosas. En primer lugar, que no podrán utilizar el censo electoral. No legalmente, vamos. Y si intentan utilizarlo fuera de la legalidad, los jueces pueden pararlo y, de hecho, imagino que lo pararán y espero que lo paren. En todo caso, el caudal de denuncias que iban a recibir los promotores por infracción de la normativa de protección de datos (incluso de la catalana misma) por parte de una cantidad ingente de ciudadanos, iba a ser de mucho cuidado y de consecuencias imprevisibles. En segundo lugar, aunque lograran utilizar el censo, habría que ver la participación. Los anteriores referendums que se realizaron pueblo por pueblo, arrojó cifras de participación ridículas y, claro, resultados a la búlgara: como sólo fueron a votar los independentistas (y sospecho que no todos, porque la participación fue realmente ridícula en la mayoría de los casos) la opción independentista vencía en proporciones arrolladoras: 80 por 100, 90 por 100... La actitud del sector hispanista estaría, pues, clarísima: ante una consulta sin garantías (no habría tutela judicial sobre el procedimiento, que estaría controlado por los promotores de la opción independentista, échate a temblar) la única opción posible es la abstención. Y no sería ilusorio pensar en un posible triunfo de esa opción: recordemos que en el referendum del actual Estatut que Maragall se sacó de la manga sin que los ciudadanos se lo pidiéramos, la participación no alcanzó siquiera el 50 por 100 del censo. ¿Qué capital político se obtendría de un referendum por la independencia si ésta venciera por un 80 por 100... con casi el 60 por 100 de abstención... o quizá más? Ninguno, en absoluto. Y el referendum del Estatut era legal y vinculante, ojo.

Por otra parte, todo eso es un poco hablar por hablar, porque la consulta no se celebrará. Tiene que autorizarla el Parlamento español y tendrían que dejar de impugnarla si desde Cataluña se intenta promulgar una propia, y ahí Rajoy tiene apoyo mayoritario, y no sólo de su grupo parlamentario, además.

La única vía que queda, pues, es la de las elecciones plebiscitarias. Éstas sí, son inatacables: cualquier partido puede proponer su programa político como le venga en gana, sin que nadie pueda impedirlo. Por tanto, si ERC, CiU, CUP y no sé si ICV (porque esos son más raros que un perro verde), formulan la independencia como única propuesta electoral, bueno, ahí estaría.

El domingo pasado Felipe González hablaba con espanto de esa posibilidad, aunque no dijo por qué (es un argumento duro y conflictivo). Yo sí lo voy a decir: porque tal actitud supondría ni más ni menos que un acto de frentismo. Porque eso colocaría a las demás formaciones políticas de hecho y por fuerza en un frente, a su vez (contrario, obviamente), y aunque no quisieran. En ese caso, ya no hablaríamos de fractura social sino de ruptura social. Espero no llegar a verlo. Espero que en CiU, e incluso en ICV, haya la serenidad y sentido de la responsabilidad suficientes como para no asumir esa barbaridad y dejar solos en ella a ERC y CUP que ya eso, por mejores resultados que obtuvieran, ya sería lo de siempre, más o menos. Porque la posibilidad de unos comicios en clave frentista es espantosa. Y quien me acuse de agorero de desastres, que deje de decir idioteces y que coja el libro de Historia, ande...

El [falso] intento de independencia de Cataluña queda, pues, desactivado dada la claudicación ante la realidad que ha efectuado una parte cualitativamente sustancial de sus promotores. Ahora habrá que valorar los daños. Y así, a bote pronto, se me ocurren tres.

El primero, que creo haberlo mencionado con anterioridad: quedaría cerrado y acerrojado cualquier cambio constitucional. El inmovilismo de la Casta sobreviviría garantizado por esa vía. Precisamente cuando parecía que, aunque a costa de tiempo y esfuerzo, la reforma constitucional podría llegar a ser una realidad (otra cosa sería ver en qué términos), la tentativa independentista la derrumba dando al inmovilismo el mejor pretexto: «si abrimos la puerta de la Constitución entrarán en tropel catalanes y vascos; ya habéis visto -Ibarretxe, Mas- que no se andan con bromas a la menor oportunidad». Los españoles no podremos ejercer -aunque en este caso, sí, lo tenemos- el derecho a decidir. Con lo cual, no sólo se habrá perdido la posibilidad de higienizar el sistema político español, sino de modificar la estructura territorial del Estado, con lo que la que se va a joder, sobre todo, va a ser Cataluña.

El segundo es, naturalmente, la sentencia de Breno: «Vae victis!». Como en términos de confrontación es lógico, el gobierno de Madrid no va a premiar la intentona separatista con mejoras en la financiación, incrementos de competencias, etcétera, y sí, en cambio, se verá moralmente motorizado ante y por el resto de España para darnos más caña, en los campos citados y en otros que dejo a la imaginación de cada cual (una pista: el wertismo).

El tercero es la desmovilización ciudadana y un posible estado de depresión cívica. Lo hicieron muy bien: aprovecharon un momento de severísima depresión económica y de recortes brutales (provocados por ellos mismos: Boi Ruiz no está, precisamente, en Ciutadans) para crear una ilusión. Vuelvo otra vez a lo fácil que resulta que los deseos intensos distorsionen la visión de la realidad para amoldarla a éstos. Muchos ciudadanos, agobiados, por no decir desesperados, ante una situación económica y política a la que no se veía -y sigue sin vérsele- salida, pensaron que, bueno... ¿y si funcionara? ¿Qué podían perder? Todos esos centenares de miles de independentistas que salieron de manifestación, de cadenas (incrementados en cien mil cada vez que abre la boca un dirigente de CiU o de ERC) y demás, lo fueron de la noche a la mañana; y, en cuanto sea evidente el globo deshinchado, de la mañana a la noche dejarán de serlo, como es de cajón. ¿Para pasar a un furibundo españolismo? No: para pasar a la mas profunda depresión, al más plano desánimo, a la más triste sensación del infierno de Dante, abandonad toda esperanza...

Bravo, chicos, bravo, lo habéis hecho muy bien.

Imagen: WarX en Wikimedia Commons
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3 de febrero de 2014

Diálogos para besugos

Ayer fue la primera vez en mucho tiempo, muchísimo, en que -películas aparte, y pocas- me senté ante la tele más allá de un telediario. Fue, casi huelga decirlo, a raíz del debate entre Artur Mas y Felipe González ante Jordi Évole, ese presunto genio al que, francamente, no veo yo para tanto, al menos moderando. Lo digo, entre otras muchísimas cosas, porque el zasca que le atizó a González con las suculencias remuneratorias de los políticos jubilados bien se lo podía haber atizado también a Mas en tantas otras cosas toda vez que sabemos que, al contrario, la entrevista que le hizo hace un año o año y medio fue un suave cepillado de laca Sunsilk. Pero bueno, ahí está la cosa.

Para empezar: ¿debate? Absolutamente ninguno. Fue un perfecto diálogo de sordos. Muy educado, muy cortés, con mucho buen rollo (que ya está bien), pero, por todo lo demás, una perfecta estupidez, dentro del concepto debate.

Cuando los dos que debaten se enrocan en sus posiciones y, además, sus posiciones son vacuas y, en el fondo -o no tan en el fondo-, no significan absolutamente nada, pues pasa esto: que... nada.

Mas se enrocó en el sonsonete de votar. Votar: la palabra mágica, el conjuro de la danza de la lluvia. Votar. Votar convertido en el único canal dialéctico por el que cabe el diálogo; votar, convertido en una posición previa e innegociable para que haya no sé qué diálogo. Y votar, además, quienes interesa que voten, no otros. Y la ley, convertida en algo optativo frente a las superiores aspiraciones de los selectos votandos. «¡No nos podéis enjaular en la Constitución!», te dicen. No claro: la ley constitucional no sirve; como a mí no me gusta, la que vale es la del embudo, y si no partimos de la base del embudo, no hay diálogo posible. Nos han jodido los dialogantes.

Es inútil que les digas que la democracia, sí, es votar, pero no votar a saco, sino en unas determinadas condiciones marcadas por la ley. Ya hablé de esa ley, no voy a insistir en ello. Pero me hace gracia ese votar de comunidad de propietarios que deciden por unanimidad -salvo el afectado- ocuparle a un vecino un dormitorio para instalar la maquinaria del ascensor, so pretexto de que el ascensor es una obra de interés general y que los intereses de la comunidad (¡votos! ¡votos!) prevalecen sobre la ley que protege al vecino.

Por tanto, por este lado no hay nada que hacer. No hay nada que hablar, no por nada: porque no se puede.

El otro lado no queda mejor. Se enroca en la Constitución. Muy bien, es verdad, lo sabemos todos, incluso quienes jamás reconocerán que lo saben y que es así: la Constitución no permite ni consultas, ni soberanismos, ni independentismos. Y ya está, punto pelota. Este es el triunfo que vence y, por tanto, no hace falta ventearlo a cada minuto: se juega en su momento y listos.

Pero hay que convencer. Y ahí es donde me acomete un dolorosísimo cachondeo: todos los argumentos que tienen los mesetarios no salen de la Constitución. Parecería que no hay más España que la que deriva de la Constitución. Con lo que flaco favor le hacen a España, porque la Constitución es una perfecta mierda, ya que estamos. Fue una mierda desde el principio y lo es hasta el final que, por las buenas o a las malas, está necesariamente próximo. Refugiarse en la mierda sería, por tanto, sumergirse en un flujo cloaquesco que nace en el retrete y termina en el vertedero. ¿No sabéis, idiotas, justificar a España más allá de la puta Constitución?

Sí, perdón: está esa otra raza de cretinos que también pasa de la Constitución, pero por el otro lado: España es por cojones. Porque ha sido así toda la vida, a qué tienen que venir ahora esos mierdas de catalanes a enmendarle la plana a España y que viva la selección nacional y Manolo el del bombo. Por eso en tiempos de Franco a lo que había aquí se le llamaba (se autodenominaba, más precisamente) democracia orgánica porque todo se hacía según le salía de los cojones al correspondiente.

España no ha existido desde siempre, como algunos pretenden. Por supuesto que ha habido siempre una geografía y una territorialización peculiar ya desde tiempo inmemorial (como mínimo, desde tiempos de los romanos) determinada quieras que no por el hecho peninsular, pero jamás constituyó una entidad distinta de sus invasores u ocupantes, desde luego, en su momento, jamás distinta de Roma (siempre me hizo mucha gracia aquello de Trajano, Adriano y Teodosio como españoles que fueron emperadores romanos; claro, no te jode, ahora tenemos a un romano que es rey de España, ya ves...). El maremágnum visigótico y la invasión sarracena constituyeron, sobre todo esta última, una sacudida que obligó al curso de la Historia a una severa reprogramación. La idea de España como algo más que un territorio definido por los límites naturales de una península no empieza a formarse (digo «empieza» y digo «a formarse») hasta la baja Edad Media, con el culmen de los Reyes Católicos, que la convirtieron en un sueño. Nada menos, pero nada más. Porque, realmente, los estados y las naciones no existían y menos aún tal como los entendemos ahora: existían las organizaciones administrativas de las coronas. Y eso, ojo, vale también para Cataluña. Obviamente, el matrimonio de los reyes de Castilla y de Aragón había de dar lugar a una aspiración más amplia, pero la selección nacional y Manolo el del bombo quedaban aún muy lejos. Las dos coronas van amalgamando muy poco a poco en una. Muy poco a poco, insisto, pero ya con claras señales prácticamente desde el primer momento: el capitán castellano Gonzalo Fernández de Córdoba alcanza fama universal (y no exagero: pregunta en cualquier academia militar del mundo) combatiendo por los intereses de la Corona de Aragón, por la comunión que había adquirido en ellos la Corona de Castilla. No es España todavía, pero sí es ese núcleo primigenio de ácido ribonucleico de lo que habría de llegar a serlo.

La España política se constituye formalmente (de hecho, existió desde Carlos I) con la llegada de Felipe V (¡ayyyyyyyyyy, qué he dicho!) tras la guerra de Sucesión. Sobre la guerra de Sucesión se han escrito en Cataluña tebeos importantes, y aquí dejo prometido que hablaré de ellos. Baste afirmar que, digan lo que digan, la guerra de Sucesión fue una pura, simple (y dura) guerra dinástica, en la que el conjunto de reinos españoles constituyó el tablero de juego de los poderes e intereses europeos. Repito: ya hablaré de esto más despacio. Baste saber que con Felipe V nació la España política y centralizada. Que, ojo, en aquellos tiempos era lo moderno. Y lo era efectivamente porque, a partir de ahí, Cataluña dejó de ser un territorio completamente enfeudado (y tremendamente atrasado) y Barcelona una dictadura gremial (también arruinada) y por esa vía llegó a obtener el tan importantísimo para su desarrollo comercio con América (ya sabéis: textil, aguardientes, esclavos negros...). La tan cacareada industrialización de Cataluña, la pujanza comercial catalana, tuvos sus raíces ahí. Ahí y no en otra cosa. Entonces y no antes ni después. O sea que aunque a la Coronela le pongan equipación del Barça, Coronela se queda: milicia de los gremios, antidisturbios al servicio de la clase dominante que, hasta 1714, se dedicó a dar estopa a los ciudadanos [catalanes, barceloneses] díscolos con ese poder. Me descojono de risa viendo a supuestos progres -con marchamo cataláunico, eso sí- defendiendo fieramente un régimen dictatorial, inhumano y ruinoso aunque, eso sí, blandiera la bandera de Santa Eulalia (la de Santa Eulalia, patrona de los gremios, no la de las cuatro barras, que me temo que... Bueno, otro día hablamos también de eso).

La España jurídica se instituye en la Constitución de 1812, en el Cádiz sitiado, con los diputados catalanes gritando como posesos que viva el Rey Deseado y con toda España, Cataluña incluida, defendiéndose del vil invasor gabacho. Cataluña incluida, digo, y es interesante esta inclusión porque Napoleón llevaba la idea de anexionarse Cataluña y hacer de ella un departamento frances más. Ya ves: si no llega a ser por el subteniente Navarro y un montón de curas que hacen izquierdista a Rouco, hoy los catalanes seríamos franceses y seríamos parte integrante de la liberté, la egalité, la fraternité, tendríamos la force de frappe y, eso sí, de autonomía (y soberanismo menos aún) rien de rien, porque a los franceses eso de que «queremos votar» se ve que no es emociona mucho. En su propia casa, cuando menos. Y la «inmersión lingüística», ni soñarla, vamos, ni mucha ni poca, ni 75%, ni 25%, ni nada de nada, le français et c'est fini. Y es que lo franceses tampoco son democráticos, hay que joderse...

Los problemas de verdad vienen cuando el liberalismo de mediado el XIX intenta cargarse el proteccionismo de que goza la industria catalana. A partir de ahí, la burguesía se envuelve en la bandera del regionalismo carlista y a partir de ahí... bueno, creo que ya hablé de esto el otro día.

Cataluña (ni las Hurdes, ni el Somontano, ni, por cierto, el País Vasco) no ha sido jamás una nación independiente. Ese es un delirio decimonónico (y muy, muy, muy matizable) que supuso el principio del rediseño histórico en que se basa todo el negocio este de los que quieren votar. Y como dijo ayer González -pero en un contexto poco menos que ridículo- nadie en Europa concibe una España desgajada: porque no existe precedente histórico, ni político ni jurídico.

Esto es lo que hay que tener huevos de soltarle a un Mas (o a quien sea) en su cara y no constituciones, prohibiciones y tonterías: que está edificando una estafa -estafa porque está vendiendo a los suyos propios mercancía averiada- sobre un cuento chino, sobre una fabulación histórica de mil pares. Y hay que ir aún más allá, hay que ir al futuro, hay que ir a una auténtica comunidad hispánica en la que todos sus pueblos se integren a su satisfacción y plenamente realizados, en pro de un esfuerzo común. Que se puede y se debe.

Es de eso de lo que hay que hablar: de pasado, de presente y, sobre todo, de futuro.

Si no sois capaces de diseñar un proyecto español común y de ofrecerlo como la fruta apetitosa que debe ser, mesetarios infames, escoria del desprecio machadiano, puede que ganéis este envite, sí, porque tenéis a vuestro favor esa Constitución de mierda (yo mismo lo he dicho y lo he explicado prolijamente), pero perderéis para siempre España, a la corta o a la larga. No Cataluña: España.

Esa será vuestra responsabilidad histórica, si es que sabéis lo que es eso y os importa más allá de esos cojones que tanto invocáis pero que no sé si tenéis.

PS - Don Felipe, oiga, si ese es todo su acreditado savoir faire político, siga percibiendo... ¿cómo llamó a eso? ¿alternativas de subsistencia? Bueno, lo que sea, siga viviendo de eso y vaya con los demás a la valla de la obra y compruébeme, por favor, si el mortero tiene la cantidad justa de arena. Ande.

Imagen: Escudo de los Reyes Católicos. Heralder en Wikimedia Commons
Licencia: GDFL

2 de febrero de 2014

La llegada del grandote

Pasé -pasamos, supongo- toda la semana con un ojo puesto sobre los pronósticos meteorológicos, tratando de sacar el agua clara sobre los resultados de diferentes modelos y sus interpretaciones según página de meteo utilizada. Descorazonador: tiempo extremadamente nublado y grandes posibilidades de lluvia. A medida que avanzaba la semana, las posibilidades de lluvia anunciadas descendieron; en cristiano: no estaríamos horas y más horas bajo un permanente chubasco, pero algún chaparroncito aislado, quizá no muy fuerte, pero engorroso, habríamos de soportar. Y la nubosidad, a tope, claro.

Al final, mi hija y yo decidimos ir ocurriera lo que ocurriera, la ocasión bien lo merecía: llegaba a Barcelona el primer Airbus A380 en vuelo regular (en vuelo no regular ya había venido hace un año, con motivo del Mobile Word Congress y también me parece recordar que había aparecido antes en una Festa al Cel... cuando se hacían) y había que cazarlo.

Un muy inaudito aspecto mío
La primera, en la frente: cuando llegamos al Prat no llovía, aunque el tiempo estaba extremadamente cubierto, pero lo más grave es que el aeropuerto había cambiado la configuración, es decir, para entendernos, los aviones no aterrizaban por la 25R, viniendo desde Barcelona, sino en la 07L, su recíproca, viniendo desde el Garraf. Eso sí que tiene mal arreglo, porque los puntos de spotting para la 07L no son tan buenos, y mucho menos tan cómodos, como los que tenemos para la 25R, en los que reina la plataforma para spotters que, a la altura de la cabecera, nos pusieron al alimón AENA y el Ayuntamiento del Prat de Llobregat, siendo, claro está el punto más cómodo, pero no el único bueno: está el merendero, el tanatorio y dos o tres lugares más, sobre todo con tiempo muy nublado, sin el sol de frente (si el día está soleado, sólo son practicables por la tarde).




Vista de la plataforma para 'spotters' de la 25R

Nos fuimos a desayunar a un bar del Prat y a esperar acontecimientos. Y, finalmente, decidimos fotografiar lo que pudiéramos por el lado de la playa, así que subimos de nuevo al coche y para allá nos dirigimos. Sin embargo, al pasar por delante de la plataforma de la 25R, la vimos llena de colegas. Maldición, no se me había ocurrido encender el escáner para ver qué andaban haciendo en torre, pero si la plataforma estaba llena es que la configuración había cambiado o iba a cambiar. Dimos media vuelta en la primera rotonda, nos dirigimos al aparcamiento de la zona recreativa y, ya allí, vimos los faros del primer avión que aproximaba a la 25R.

Dicen que la plataforma estuvo más abarrotada el año pasado, cuando la venida del A380 de Emirates por lo del MWC; es posible: el mal tiempo pudo disuadir ayer a mucha gente; pero así y todo, la plataforma estaba a tope.

Tengo que dar las gracias a mis compañeros, particularmente a Ángel (Ángel, ayer; otras veces han sido otros), por la deferencia que tuvieron hacia mi hija cediéndole uno de los mejores lugares de la plataforma; es un comportamiento habitual, en general, hacia la gente muy joven, pero ayer era un día muy especial y se agradece muchísimo más aún.

Y, en fin, tras tres horas allí clavados, aunque, eso sí, en alegre compañía, apareció nuestro héroe, el Airbus A380 de Emirates, aproximando a la 25R y disponiéndose a aterrizar tras su primer vuelo regular desde Dubai. Fue increíble: en la plataforma se hizo un silencio tremendo, no se oía más que los crujidos de los disparadores y los zumbidos de los motores de las cámaras y los objetivos. Nunca había visto algo parecido, la verdad. Y encima, el propio A380: siendo, como es, enorme (impresiona de veras), ese aparato no hace ruido; pasó delante nuestro (de la plataforma al umbral de pista habrá unos 200 metros, aproximadamente) sin más sensación auditiva que un suavísimo zumbido.


Hice lo que pude, teniendo en cuenta que no pude trabajar a mis anchas y, además, considerando que el Tamron 70-300 es un telezoom de excelente relación precio/calidad, pero llega hasta donde llega, y con poca luz tiende a ablandar muchísimo. Por otra parte (y eso es quizá lo más importante) no acabo de acertar con la configuración óptima de la cámara en esas circunstancias ambientales. Aún tengo que trabajar, leer y aprender muchísimo. Ya se andará.


Vendrán días luminosos y vendrán fotografías mucho mejores del A380; es más, si tenemos suerte, es posible que este verano Transaero, opere tambien en Barcelona con Airbus A380, si los de Toulouse se lo entregan a tiempo; y Emirates anunció no hace mucho que si la demanda lo hacía rentable, pondría un segundo A380 para operar sus vuelos a Barcelona. O sea que, en un escenario óptimo, y cuando menos en época veraniega, el aeropuerto de Barcelona-El Prat podría llegar a ver tres A380 diarios. Sería el cielo spotter (entre otros cielos, claro).

Sin embargo, ninguno de todos esos vuelo tendrá el significado del de ayer, de la misma forma que el de ayer tampoco tuvo el significado del de hace un año.

La ocasión, ya se dice, la pintan calva.

Imágenes:
- La foto en la que aparezco yo es de mi hija Laura Cuchí. Misma licencia que este blog.
- La foto de la plataforma es de Google Maps
- Las fotografías del A380 son mías y la licencia es la misma que la de este blog.