9 de noviembre de 2013

Ahora, el centimet

El impuesto sobre el ADSL que Ferran Mascarell está pensando en perpetrar en Cataluña (si los tribunales se lo permiten) sólo tiene para mí una palabra: brutalidad. Sí, la brutalidad de una pura y simple confiscación. Necesito dinero para esto (luego hablaré de «esto») y, por tanto, voy a quien lo tiene y se lo cojo por la brava. Y el cascabel que corona el bochornoso sambenito de la tomadura de pelo es la afirmación de que «esto no tiene por qué afectar a la factura final del usuario». Como cuando Teddy Bautista decía que el canon no lo pagábamos los internautas sino los fabricantes: se ve que hay memeces que hacen escuela. Cosa que no sorprende de Mascarell, que nunca ha estado lejos de Teddy.

Habrá que repetir lo que no es de primero de Económicas sino de primero de Bachillerato: cuando se introduce un factor nuevo en una cadena de valor, la afectación alcanza siempre al final de esa cadena. En román paladino: si se introduce en la cadena un nuevo impuesto y al usuario no se le sube la factura, la calidad del servicio empeorará o las inversiones en la red disminuirán, lo que, a la postre, redundará igualmente en un empeoramiento de la calidad del servicio. Porque lo que está claro es que las compañías no van a disminuir su margen de beneficios.

Conclusión: con la que está cayendo con lo del independentismo, con la queja de que en Cataluña se invierte mucho menos de lo que en ella se genera y ahora, gracias a Mascarell, habrá probablemente otro ámbito adicional en el que Cataluña va a verse discriminada del resto de España. Con independentistas así, yo me apunto a Fernando VII, qué quieres que te diga...

Después está el tema finalista. De esto ya hay un precedente: el «céntimo sanitario» que se impuso al litro de gasolina. Decididamente, la «escuela SGAE» -los famosos centimillos de Borau- se ha impuesto en Cataluña.

Más aún con lo irritante de un nuevo impuesto, de un nuevo garrotazo al bolsillo, algunas finalidades pueden entenderse y ayudar a asumir el palo: sanidad, educación, asistencia social... Indudablemente, el ciudadano tragaría mejor o, siquiera, menos mal, como pudo verse con el mencionado «céntimo sanitario».

Pero no: va a ser para el cine catalán. Por una vez, una medida totalmente a la altura -a la enanez- de Wert no procede de Wert, lo que son las cosas.

La presunta «cultura»... porque aquí pasa como «cultura»... vamos, hasta el fútbol... no constituye la mayoría de las veces sino el pretexto para que unos cuantos hagan su negociete, su tresporciento y su cuñadismo. Todos hemos sabido de las trampas que se han llegado a hacer con los taquillajes para cobrar subvenciones y todos hemos visto cómo la Sinde, siendo ministra, repartía pasta entre familiares y allegados, por más que hasta el Tribunal Superior de Justicia de Madrid haya mirado para otro lado. Aquí se disfraza de «cultura» lo que no es más que un negocio. Y fíjate en quiénes estarán metidos en el negocio que hasta se entra a saco en la caja de otros negocios para proteger al «cultural»: compañías audiovisuales, de telecomunicación, cadenas de televisión... aquí todo el mundo tiene que aforar chorros de dinero para alimentar al culturetariado. Un culturetariado que, además (y salvando las inevitables excepciones, que sí, que ya lo sé, hombre), produce verdadero guano. ¡¡Ni siquiera se le ve en las descargas de la red!! (ergo no sé de qué se quejan: a ellos no les «piratea» nadie).

Como siempre que pasa en este sector (que no en otros, y ahí tienes, por no ir más lejos, a Fagor), cuando el mercado no responde (y no responde casi nunca: el mercado no es tonto), los poderes públicos -aleccionados, como también sabemos documentadamente, desde la embajada norteamericana- acuden prestos a desfacer el entuerto... pagando los ciudadanos de todos modos, aunque no sé si Mascarell habrá ido nunca a la embajada norteamericana... al menos por razones de su actual competencia. Después de todo, el cine catalán no es Hollywood, como es notorio.

En fin, cabe confiar en la feroz resistencia de las empresas telecos y cabe confiar en que los tribunales les den la razón, como algunas otras veces -no siempre- ha sucedido (vía Menéame). Incluso cabe confiar en que la reacción iracunda que está provocando este proyecto de ukase entre la ciudadanía, haga que el Gobierno catalán (un Gobierno que estará listo para descabello en cuanto se le tuerza definitivamente lo del referendum, así que igual no le interesa echarle gasolina al mobiliario) le dé marcha atrás antes de que se materialice.

Convendría que no olvidaran que el 15-M tuvo como detonante (no obviamente como carga principal, pero sí como detonante) la «Ley Sinde» y la escenificación de desvergüenza y desprecio al ciudadano que los partidos -todos los partidos- llevaron a cabo en su tramitación.

Igual haría bien Mascarell tomando nota.

Imagen: Dantadd en Wikimedia Commons 
Licencia: CC-by-sa

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