29 de noviembre de 2013

Ahora, agresión privada

El colmo de todos los colmos nos acaba de llegar con la previsión de que la ley autorice a los seguratas a actuar en plena vía pública («zonas comerciales peatonales»: así lo expresa el proyecto de Ley de Seguridad Privada). Actuar quiere decir, entre otras cosas, identificar y registrar a cualquier persona que consideren sospechosa. Entre otras muchas cosas igualmente luctuosas. Esto quiere decir que, por poner un simple ejemplo, los ciudadanos estaremos en manos de estos tipos con sólo poner pie en el centro de Barcelona. Adiós a pasear por la Portaferrissa, por el Portal de l'Àngel, por las Ramblas (aunque las Ramblas están descartadas desde hace tiempo por otras razones), por la calle Boqueria y la del Call (en resumen: trodo el recorrido entre las Ramblas y la plaza de Sant Jaume). Por poner unos simples y escasísimos ejemplos. O sea, aunque no compres, ni tengas intención de hacerlo, aunque solamente estés paseando, un fulano de estos te puede dar la tarde simplemente porque no le gusta tu barba (los de las rastas ya podéis ir atando los machos, porque no os van a dejar vivir) o no cuadres con el perfil comprador o de personal de ambiente diseñado por la asociación de comerciantes del lugar (que es la que paga, claro).

Lo que son estos tíos lo tenemos clarísimo los que usamos el avión para nuestros desplazamientos con mayor o menor frecuencia. La verdad es que, para mí, el AVE constituyó un verdadero alivio para quitarme de encima en muchas ocasiones del año el doble marrón del aeropuerto -así en general: lejano, de acceso malo y caro, con la exigencia de una presencia anticipada exagerada- y de pasar por el control de seguridad, llevado por esa gente, con la única -y poca- supervisión de un agente de la Guardia Civil ante el cual no sirve para nada recurrir cuando el segurata se pasa de la raya (cosa, por cierto, harto frecuente). Pero, con todo, a la larga o a la corta, hay que acabar yendo a morir (de asco y de ira) a un aeropuerto. No sé si será fácil encontrar a un enamorado de la aeronáutica al que ponga de una enorme mala leche ir a un aeropuerto español, pero si alguien necesita un contacto con estas características, que me llame.

El Partido Popular está alzando un edificio represivo sencillamente brutal apoyándose en una mayoría absoluta que le permite hacer lo que le da la gana. El único consuelo que me queda es pensar en la cantidad de votantes del PP que van a verse a sí mismos o a alguno de sus hijos víctima de los abusos de un pistolero privado o destrozado por un antidisturbios; y que, en ambos casos, salgan impunes de ello (inimputados o indultados, todo es una simple cuestión de tempo para llegar al mismo resultado).

Esto no puede seguir así. Visto que la democracia no funciona, tenemos que tomar medidas de autodefensa basadas en lo jurídico. Hay que constituir organizaciones específicamente creadas y únicamente dedicadas a la persecución sistemática de la brutalidad policial pública o privada, de todas y cada una de las manifestaciones de esa brutalidad o de esa arbitrariedad lacerante de las que se tenga noticia. Hablo de «persecución» llanamente, no hablo de defensa de los perjudicados (eso, organizadamente, ya lo hace cualquier bufete), sino de un complejo cívico que se ocupe de perseguir vía acusación pública y de forma sistemática todo abuso policial, que el segurata o el antidisturbios hayan de funcionar bajo la presión de que la nada inocente dejadez de los fiscales se verá reequilibrada con una sistemática persecución jurídica desde la sociedad civil y esa presión ha de ser todo lo fuerte que los ciudadanos, actuando privadamente -¡qué remedio!- seamos capaces de desplegar.

Los ciudadanos no solamente hemos sido abandonados por los poderes públicos sino que éstos se han instituido en nuestros enemigos. Corremos peligro cierto ante la arbitrariedad y el capricho de gente armada (legalmente con una chapa y, de hecho, con elementos capaces de provocar lesiones graves y fácilmente la muerte) y tenemos muy difícil la vía judicial, al menos la de oficio, porque los fiscales están disciplinariamente sujetos a un órgano superior designado por el Gobierno y, obviamente, a su vez, a las órdenes de éste. Estamos viendo estos días que, incluso, policías que se comportan como auténticos funcionarios -es decir, cumpliendo con su misión, no importa a quien beneficie o perjudique- son apartados más o menos sibilinamente de sus funciones y cargos para ser sustituidos por otros más obedientes y afectos al régimen. Por tanto, insisto, si no nos organizamos, si no estructuramos un sistema de autodefensa social, estamos en una situación de indefensión absoluta en momentos en que se están preparando graves agresiones contra la ciudadanía, en cualquiera de sus manifestaciones cívicas.

Y boicot, por supuesto. Boicot radical a las zonas comerciales que pongan seguratas en la vía pública. Aunque esto ya es más complicado: el número de sobrados, como el de tontos, tiende a infinito... hasta que les toque a ellos apencar con los humores de un tío de estos de la chapa.

El Estado de Derecho está listo para el certifiado de defunción.

Imagen: Viniciusmc en Wikimedia Commons
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27 de noviembre de 2013

Piano, piano, si va lontano

Fue noticia estos días el procesamiento de una familia entera por causar lesiones a una vecina mediante la contaminación acústica creada por los ensayos al piano de la hija de la casa. Inicialmente, el fiscal y la acusación particular pedían más de siete años de prisión, que en conclusiones finales rebajaron a nueve meses (al menos, el fiscal, según recuerdo) y ayer se conoció la sentencia que no solamente es absolutoria sino que propina a las acusaciones una bronca descomunal por la desproporción del invento.

Ciertamente, siete años de prisión son una barbaridad para este tipo de delito (cuando, efectivamente, es delito) y da la impresión de que en este proceso se ha perdido el sentido de las proporciones: como dicen acertadamente los jueces, la exageración de las penas solicitadas ha causado a esta familia un sufrimiento excesivo, grave e injusto.

Bien hasta aquí.

Otra cosa es cuando se entona el «no hay para tanto» y cuando se habla de decibelios.

En otros tiempos, hace ya muchos años, sufrí en mis carnes una agresión sonora así, sólo que -afortunadamente- no en mi casa sino en la oficina en la que trabajaba entonces: la vecinita de arriba era profesora de piano y se tiraba toda la jornada laboral (mi jornada laboral, al menos) dale que te pego con las escalas.

¿Era un sonido ensordecedor? En absoluto. Por eso decía antes que lo de los decibelios es relativo. El problema es que las escalas acaban siendo obsesivas para quien las escucha a la fuerza. Lo intentamos todo: primero, que insonorizara la sala del dichoso piano, a lo que nos contestó que no, que costaba muchísimo dinero y que no; como alternativa, le propusimos que tocara música, la que fuera, que podría, a lo sumo, resultar molesta, pero no tan agobiante como las escalas y ella contestó nuevamente que no, que tocaba para ejercitarse y que eso sólo podía hacerse con escalas.

Descartamos llamar a la Guardia Urbana: vendrían con el dichoso decibelímetro y ya sabíamos que la lectura del decibelímetro no iba a pasar de lo legal. Y en aquellos tiempos, el concepto de contaminación sólo se extendía a la toxicidad física y material: aire, agua, alimentaria... El ruido sólo se consideraba contaminante cuando era -otra vez el decibelímetro- excesivo. Estábamos jurídicamente indefensos.

Sólo nosotros, los que lo sufrimos, sabemos lo que fue un año y medio (¡un año y medio!) en este plan, siete u ocho horas diarias (la tía era, aparentemente, incansable, aunque, a ratos, no era ella, sino dos o tres alumnos que al parecer tenía). Fue una tortura de auténtico campo de concentración vietnamita, y que incluía, efectivamente, dolores de cabeza y algún que otro transtorno del sueño (tenía pesadillas con las escalas, por ejemplo). Pasado este año y medio, la imbécil en cuestión fue desahuciada por falta de pago y yo bendije mil veces la Ley de Arrendamientos Urbanos y la precariedad económica de los artistas (ya, ya, ya, ya lo sé: pero fue en defensa propia). Su último espectáculo (ese me lo contaron los vecinos que vivían en el inmueble, yo sólo trabajaba en él) fue la mudanza a altas horas de la madrugada, con el piano bajándose a pie por la escalera no recuerdo si eran cuatro o cinco pisos, chocando contra todos los rincones y produciendo el ruido que cabe imaginar.

Sí, de acuerdo con que meter siete años en prisión a una persona puede ser excesivo ante algo así; pero que no se relativice el daño que causa, que es muchísimo. Y repito que yo sólo trabajaba en aquel edificio, no vivía en él (aunque la verdad es que por las noches no tocaba, lo que evitó seguramente que el vecindario la linchara).

Hay ciertos delitos (los que se cometen con ocasión de la circulación a motor, por otro ejemplo, además del que nos ocupa) para los cuales el código penal debiera ser más imaginativo. Siete años de prisión no, pero ¿y un desahucio? Aún cuando sean los propietarios de la vivienda: condenarlos (sin desposeerles de su propiedad) a dos tres o X años sin vivir en ella. ¿No sería más proporcionado y más adecuado?

Y que no me vengan con decibelios...

Imagen: Steinway & Sons en Wikimedia Commons
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24 de noviembre de 2013

Blanca Navidad

Damas, caballeros, militares sin graduación, lectores que aún tenéis la santa paciencia de leer esta tabarra dos meses después de inaugurada...

Feliz Navidad y próspero Año Nuevo 2014

Ah, que aún no... Que estamos aún a una semana de terminar noviembre...

Bueno, pues estaremos a una semana de terminar noviembre, pero el Ayuntamiento de Barcelona ha decretado que ya es Navidad. Y tengo pruebas, pruebas calentitas de esta mismísima tarde:

Iluminación navideña en el paseo de Maragall

Sí, señores, el Ayuntamiento inauguró las iluminaciones navideñas el pasado viernes, así que en El Corte Inglés ya es primavera, en Barelona ya es Navidad, los pajaritos cantan, las nubes se levantan y que salga el sol por Antequera.

Si entendéis el catalán, aquí, en el blog sobre mi barrio, tenéis una argumentación así, seria y tal. Si no entendéis el catalán, tampoco os perdéis nada: celebrar la Navidad en noviembre es tan estúpido como cualquier otra cosa y poco hay que añadir a los hechos mismos.

Total, de un Ayuntamiento de Barcelona que convirtió Pentecostés en hexacostés por conveniencia electoral, puede esperarse cualquier cosa.

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22 de noviembre de 2013

«Entrañable» Google

Entrañable Google

O sea que el amigo Luis Algonso Gámez comparte a través de Google+ una noticia sobre un nuevo «éxito» magufo (aunque de resultados dramáticos para el propio magufo... bien, magufa en este caso) y mira tú que publicidad me viene a estampar Google a la derecha de la imagen para celebrar el evento.

Puro servicio de «inteligencia»...


Imagen del autor

20 de noviembre de 2013

Los guiris no compran flores

El Ayuntamiento de Barcelona prohibió, con razonable criterio, que los floristas de las Ramblas vendieran souvenirs, temeroso de que se desnaturalizasen tan tradicionales puestos. Pero estamos en lo de siempre: prohibir es fácil, encontrar soluciones, mucho menos. Las floristas están estos días de lucha y reivindicación, porque tienen sus negocios -su vida, su trabajo- pendientes de un hilo.

El Ayuntamiento no sólo ha permitido sino incluso fomentado a tambor batiente que las Ramblas se conviertan en una abarrotada pasarela de turistas, hasta el punto de expulsar de ellas a los barceloneses, que ya hace años que las hemos dejado de utilizar como lugar de paseo y hasta intentamos evitar utilizarlas como vía de paso. Esto produce automáticamente dos efectos: el abandono del comercio tradicional y su sustitución por un comercio absolutamente indeseable (la comida basura y los recuerdos basura).

Les prohíben a las floristas que vendan recuerdos basura, muy bien, pero... ¿quién les compra flores? Los barceloneses no, desde luego, puesto que por allí no pasamos ni a tiros, si podemos evitarlo. ¿Entonces quién? Porque los guiris tampoco, evidentemente. Para ellos, los puestos de venta de flores son sólo un escenario para sus fotos. ¿Entonces, insisto?

En el mercado de la Boquería sucede tres cuartos de lo mismo. Digo bien, tres cuartos, porque hay una pequeña porción de vendedores del mercado que sí aprovechan bien el tirón turístico: las paradas de fruta, que han sabido reinventarse para servir macedonias de consumo in situ y en el acto. Por lo demás, el mercado está a reventar, pero de curiosos. Los paradas de pescado, de verduras, de carnes y demás, han perdido clientela, porque la parroquia local se va retirando también, incómoda ante esas aglomeraciones. Y el término «incomodidad» es moderado.

Mientras tato, las Ramblas, todas ellas, se desnaturalizan a pasos agigantados y pierden la sustancia que les dio fama mundial; aquel ambiente canalla y marginal, pero tan nuestro, desapareció. Ahora está lleno de canallas, que no es lo mismo: tironeros, trileros... Hasta las putas (que siempre las ha habido, no vamos a rasgarnos las vestiduras ahora) son de otra ralea, de peor rollo, porque a la marginación que ya de por sí ha llevado a la prostitución, se añaden otras marginaciones con varias tipologías de drama humano superpuestas y simultáneas. Son putas y, además, esclavas, maltratadas (materialmente, a palos), perseguidas... Viven en un auténtico límite humano. O inhumano.

Todo evoluciona, no podemos pretender que todo se quede en un momento «ideal» de la historia, sobre todo porque cada uno de nosotros tiene su propio momento histórico «ideal» y lo de clamar por las cosas como eran antes es un ejercicio de inanidad, una pérdida de tiempo y de norte. Pero, con todo, por más que los tiempos evolucionen, a mí que me expliquen dónde está la gracia en que una tienda de modas fundada en el siglo XIX (hablo en general, no pienso en ninguna en concreto) sea sustituida por un mierdonals o por un establecimiento de comida indostánica.

Yo no sé si en la plaza de Sant Jaume pueden llegar a ser tan burros como para no darse cuenta de que matan a la gallina de los huevos de oro, que lo que están haciendo y permitiendo hacer con las Ramblas es matarlas a medio plazo para el barcelonés (mis hijas ya no han heredado tradición, ni espíritu ni sentido ramblero alguno) y también para el guiri (que una vez in situ puede ser tonto, pero antes y después, no), que, como decía el Tenorio, «imposible la hais dejado para vos y para mí».

No, no pueden ser, ni, de hecho, son, tan burros. Simplemente son políticos, políticos de esta generación de partidejos de «todo a 100» a quienes solamente preocupan sus sucias porquerías de maquinaria interna y el corto plazo. La ciudad de dentro de veinte o treinta años... ¿que digo? la de dentro incluso de diez, les importa un perfecto higo. Lo único que les importa son las cifras que puedan utilizar -reales o manipuladas- de cara a las próximas eleccioes; y que sus amiguetes, padrinos y cuñados, hagan sus negocietes y obtengan pingües beneficios.

Barcelona y los barceloneses... un pimiento.

Imagen: Sergi Larripa en Wikimedia Commons
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18 de noviembre de 2013

Sandalias y ladrones

El zapato, la sandalia más bien, de David Fernández, diputado de la CUP en el Parlament de Catalunya lleva camino de ser la prenda de atuendo más famosa de la historia moderna después del Wonderbra; vaya lío, vaya polémica y vaya follón que ha montado. Mucho más follón que las anteriores intervenciones de don David en las que no regateaba epítetos a corruptos financieros de diversa laya.

No sé por qué, se da como axiomática la idea de que la razón se pierde con las formas, cosa que no es en absoluto cierta: la razón es una categoría intelectual consistente en la coincidencia entre lo que se dice o se pretende y la realidad evidente y/o probada. Que, seguidamente, la razón cabalgue sobre modales florentinos o sobre modos barriobajeros no le quita ni le pone, en absoluto, a esa categoría intelectual.

Lo que, por cierto, me lleva a constatar que, en la polémica sobre la sandalia, muchos han impugnado el uso de esa prenda del calzado en la argumentación parlamentaria, pero no he visto que nadie haya objetado la razón de su esgrimidor (bueno, sí, a Marhuenda, pero ése no cuenta por obvias razones de sanidad dialéctica).

Un poco en la línea que le vi anoche a David Bravo en Twitter debatiendo sobre esto con Carlos Ayala, cartagenero y piratón (o sea, del Partido Pirata), yo no lo haría, no ventearía el calzado, pero tampoco voy a desaprobar la línea... dialéctica... de Fernández. Yo, en todo caso, lo que lamento de él es su otra proyección política, el independentismo, pero, dejando de lado esta característica, creo que hacía mucha falta que alguien cantara las verdades del barquero en sede parlamentaria a tanto sinvergüenza. Porque, ojo: yo, probablemente, no utilizaría el zapato, pero mi lenguaje no se alejaría mucho del de don David. Francamente, ante individuos de esa calaña no veo qué otro se puede utilizar. Es más: es nocivo y contraproducente utilizar otro. Porque a esa gentuza hay que amargarles la vida, es la única manera de que se haga escarmiento para el futuro. Los jueces llegan a donde pueden y deben llegar, pero el verdadero castigo debe ser social y cuando no hay castigo social, reproche social patente y evidente, es cuando tenemos el problema.

Alguna vez he dicho, refiriéndome al famoso caso «Farruquito», que de nada servían las sentencias de los jueces (ya le calcaron todo el peso de la ley) si luego, al salir del trullo se llenaban los teatros. Su verdadero castigo habría sido que jamás volviera a tener público y que tuviera que dedicarse a otra cosa. Quizá cruel, pero ejemplarizante y muy probablemente eficaz.

Hace dos o tres veranos, hubo un cierto escandalillo de hipocresía victoriana porque Millet (el saqueador del Palau de la Música) entró en un restaurante de alto copete. Es, por otra parte, público y notorio que anda por la vida llevando -y exhibiendo- un alto tren de ídem. O sea, que se ríe de los peces de colores. Menos se reiría si, en el momento de entrar él en un restaurante, todo el mundo pidiera la cuenta y se largara, hasta que la generalización de esta conducta obligara a los dueños de los diversos establecimientos de restauración a utilizar el derecho de admisión.

Pero el problema está en que hay mucha gente, normal, honrada y trabajadora, sólida y profesional (quizá un tanto gilipollas, eso sí), que mearía Chanel nº 5 si fuera recibida en los salones de un Millet o de un similar penco. Así somos. Y así no vamos a ninguna parte.

El comportamiento aparentemente barriobajero de David Fernández coloca a los ladrones en su verdadero lugar y dimensión. Es como decirles «me importan un pito tu corbata, tu dinero y tus ínfulas de clase superior: no eres más que vulgar, corriente y moliente mierda de la Modelo».

Y sí: es como debe ser.

Imagen: Luis García en Wikimedia Commons
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17 de noviembre de 2013

Aceite con titulación

Los productores de aceite no consiguieron imponer en Europa el envase no rellenable en la restauración, pero sí lo han conseguido en España. Y, bueno, tengo sentimientos encontrados sobre el tema. Por una parte, no lo veo mal, no sé por qué le hemos estado tolerando al aceite de los restaurantes lo que nunca admitiríamos en el vino: todos encontramos inconcebible que un buen vino se nos sirva, por ejemplo, en una jarra o en un decantador, si éstos no se han llenado delante nuestro desde su botella original abierta asimismo delante de nuestras narices; y aún así, esto no se hace prácticamente nunca si no es con una causa justificada (exceso de residuos sólidos, por ejemplo). Pero me fastidia el hecho de que detrás de esta medida no hay una intención gubernamental de salvaguardar los derechos del consumidor sino las presiones del sector agroalimentario más potente de este país, y no es así como deben ir las cosas, por más que esta porquería de sistema constitucional ya nos haya habituado a ello.

Volviendo al platillo original de la balanza, también es notorio que en España, primer productor mundial de aceite de oliva, primer consumidor y prácticamente primer exportador (muchas exportaciones italianas se hacen con graneles españoles, esto es más que sabido), tenemos una educación oleica muy deficiente. Muchos españoles que superarían con éxito, incluso con brillantez, una cata ciega de diversos vinos, serían incapaces de repetir el mismo nivel de acierto, ni siquiera aproximarse a él, en una cata ciega de aceite de oliva; mientras que prácticamente todos los españoles conocemos marcas de buen vino que jamás han aparecido en televisión o en medios de comunicación masivos, la inmensa mayoría apenas podríamos recitar más marcas de aceite de oliva que las que vemos por televisión o las que consumimos en casa. Incluso lo compramos en marcas blancas fiados de la garantía del distribuidor sin tener ni la más remota idea de su procedencia, ni del tipo de aceituna con el que se ha elaborado... nada de nada (estas preocupaciones, por cierto, tampoco existen con el de marca). Es posible (sólo posible) que el hecho de tomar aceite etiquetado en los restaurantes nos haga ser más conocedores y más selectivos y un consumidor más selectivo lleva a una producción de mayor calidad.

Lo que sí es lamentable es que no se haga cumplir adecuadamente la normativa sobre grasas en las cocinas, sobre todo en los restaurantes populares (llámalos «de diario», «comida casera», etcétera). No sé dónde leía el otro día que en las cocinas se cumple a rajatabla: mentira putrefacta. Cualquiera que tenga pituitarias se pregunta, en el 95 por 100 de esos establecimientos, si las fritangas y demás las harán empleando lubricante de tractor soviético, porque no hay otra explicación para el pestazo que echan (y el sabor que tienen). Hablo -cuando menos- en referencia a la ciudad de Barcelona, donde el tema de la fritanga es digno de ejecución sin formación de causa.

Ya se prohibió el tabaco, se prohíbe ahora el aceite de padre desconocido... ¿Para cuándo inspecciones frecuentes, severas y despiadadas contra las marranadas grasientas que se cometen en las cocinas de la restauración de diario?

Imagen: Jules/Stone Soup en Wikimedia Commons
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14 de noviembre de 2013

Mossos vergonzosos (y van...)

Recuerdo un viejo chiste que circuló durante el franquismo... Un turista alemán visita Barcelona en un grupo organizado. El guía les enseña lo típico de entonces y ahora, la fuente de Montjuïc...

- Mucho bonito -comenta el alemán- perro mi querrer verr obrrerros españoles que volarr

El guía se encoje de hombros y sigue la visita. La Sagrada Família...

- Imprresionante -se admira el alemán- perro querrerr verr obrrerros españoles que volarr

Nuevamente el guía se hace el orate. La Pedrera...

- Grrande Gaudí -prosigue el alemán- perro mi querrerr verr obrrerros españoles que volarr, que parra eso haberr venido yo a Barrrcelona

El guía finalmente se cabrea:

- Pero... ¡qué obreros españoles ni qué niño muerto! Aquí no vuela nadie. Si acaso los aviones.
- Sí que volarr... Mi haberr leído en «Franckfurter Algemeine» que en manifestación de obrrerros de SEAT, policía hacerr disparros al airre y, plaf, caerr muerrtos trrres obrrerros, así que mi querrerr verr obrrerros españoles que volarrr.

¿Por qué será que las declaraciones de los mossos a la juez del caso Raval, con eso tan divertido de los gritos de ira y no de dolor, de los rodillazos de distracción previstos en los protocolos, me han hecho venir a la memoria el chiste? Un chiste de tiempos del franquismo, insisto.

13 de noviembre de 2013

Librerías al garete


El cierre de una librería es para mí (y supongo y espero que para muchos) algo especialmente doloroso; lo tengo como uno de los establecimientos característicos de un barrio (excluyo esas librerías enormes como supermercados, por más honorable que sea su mercancía) y tengo sacralizada la figura del librero, del buen librero, culto, profundo conocedor de su oficio, no un vendechifle cualquiera de material impreso, como los que injurian a la cultura desde las áreas correspondientes de los grandes almacenes.

Y, sin embargo, el cierre de librerías es un triste espectáculo al que nos habremos de ir acostumbrando: la digitalización se va a llevar por delante al papel, eso está cantado; quizá sobrevivan unas pocas para atender el capricho de los adoradores del papel, que, encogida hasta el límite la economía de escala, pagarán por él a precio de oro. Ojalá los libreros encuentren una fórmula de supervivencia profesional; espero que encuentren en la web o en las redes sociales la vía que les permita continuar desplegando su oficio grato e imprescindible para el lector. Despojado, quizá de la faceta de vendedor, pero potenciando la de consejero personal del cliente: yo pagaría por ello, sin vacilar.

Hoy estoy triste. Esta mañana, como todas las mañanas, he pasado por una estupenda librería que hay casi enfrente de mi trabajo y a esas horas (un poco antes de las ocho de la mañana) estaba obviamente cerrada. Pero no como todos los días, cerrada a la espera de las diez, sino cerrada para siempre. Tras treinta y pico años (casi diez de ellos pasando yo por delante cada día un par de veces), la librería Roquer del paseo de Gràcia, subnominada Jardinets («Jardincillos»: es como se conoce a ese tramo del paseo dominado por los jardines dedicados al poeta Salvador Espriu, que vivió en una casa situada frente a ellos).

Pero a la librería Roquer no la mata ni la digitalización ni la recurrente «piratería»: la mata la especulación urbanística, que ya mató meses atrás a una reputadísima tienda de componentes electrónicos, Radio Watt, más antigua aún que la Roquer (yo a Radio Watt la recuerdo claramente de hace cuarenta años y seguro que tenía muchos más) ubicada al lado mismo de la librería ya cerrada. En efecto, ni la una ni la otra han podido afrontar los alquileres que se les exigen debido a la presión de las tiendas de alto standing que buscan la proximidad del hotel Casa Fuster, un cinco estrellas GL (gran lujo, imagino).

Como realidad, sumamente desagradable. Como símbolo, sencillamente espantoso.

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12 de noviembre de 2013

Chuscas asociaciones

Este es un mal país para las asociaciones. Y cuando digo «país» da igual que leas España como común o Cataluña en particular, porque lo difícil es establecer qué caso es peor que el otro (nueva prueba de que las diferencias sociológicas son más bien escasas). Hay pocas asociaciones y, en su mayoría de muy mala calidad.

El primer problema es cultural: la gente no se asocia para servir a un fin con un esfuerzo común sino para obtener ventajas y por eso sólo funcionan bien las asociaciones constituidas para ofrecer ventajas a sus socios (clubs automovilísticos, de fútbol, etc.). Y no todas. Pero incluso las que están pensadas para obtener un beneficio de atribución individual en última instancia, van mal si para la obtención de ese beneficio hay que aportar algún esfuerzo. Por eso las cooperativas españolas flojean de remos y sólo algunos ejemplos gloriosos son la excepción. En cuanto a las asociaciones puras y duras, las constituidas para servir a un fin de bien común, están de capa caída, por no decir en la absoluta postración.

Además, aún en las que, mal que bien, funcionan, se producen fenómenos curiosos: por ejemplo, a mí me llama mucho la atención la cantidad de gente que se asocia para, acto seguido, limitarse a pagar cuotas y nada más. Si hablo de una asociación en la que media docena de personas tira del carro y el resto de asociados (sean decenas, centenares e incluso miles) miran la corrida desde la barrera, y no doy más datos, puede pensarse que me estoy refiriendo a la práctica totalidad de las pocas asociaciones que funcionan; sí, porque luego hay otro caso más dramático: las asociaciones microscópicas que, apenas sin socios y sin recursos, llevan una simple vida administrativo-biológica, por decir algo, a base de tres desgraciados que aún mantienen la ficción de esa vida vegetativa y sin sentido. En este último caso me estoy refiriendo a miles de asociaciones.

Hay otras casuísticas sorprendentes: una muy común, por ejemplo, es la de socios que ni prestan su esfuerzo personal ni se molestan siquiera en pagar las cuotas. Yo me pregunto cuál creen que es el valor que aportan. ¿Creen que una asociación vive y es eficaz por tener un libro de socios bien cargadito y nada más? ¿Creen que porque se pueda alegar sin mentir una cifra abultada de socios, la consecución de los fines sociales ya va a cien por hora? Oye, que a ver si pagas cuotas o vienes por aquí a echar unas horitas, hombre... ¿Yo? Pero si ya me di de alta ¿qué más queréis?

El segundo problema es histórico: en este triste país, asociarse equivale a significarse, a retratarse. Pero, caramba... ¿qué importancia puede tener significarse por el hecho de pertenecer a una asociación de vecinos o a un club juvenil? En un país civil o civilizado, ninguna, pero, en este, hubo una época en la que se asesinaba a la gente (a mucha gente) por el hecho de ser suscriptor o comprar o ser visto leyendo un determinado periódico. Y por ir a misa o a una asamblea sindical, no digamos. Eso fue tan terrible que ha quedado marcado en el código genético de la sociedad española: asociarse, aún en la entidad más inocente, es peligroso. «No te signifiques, hijo mío», es un consejo que todos los de mi generación hemos escuchado de nuestros padres al anunciarles nuestra pertenencia a cualquier iniciativa social; y mucho me temo que lo propio viene sucediendo con las generaciones actuales.

Esto de la significación lleva a un último problema que acaba de rematar la nefasta calidad asociativa general: cuando los dirigentes de una asociación lo están haciendo mal o alguien cree que puede hacerse mejor, los discrepantes no suelen manifestar tal discrepancia. Eso sería significarse, aunque también es verdad que el talante democrático de los dirigentes de cualquier cosa en este país llevan a señalar al discrepante con el sambenito del anatema. Consecuencia: no se discrepa; simplemente se entona el esto es una mierda y yo me voy y, consecuentemente, la mierda se perpetúa.

Así murió -aunque la cosa va mucho más allá del ámbito asociativo, si bien el diagnóstico es el mismo- el 15-M. Y murió en pocos días. En cuanto tomaron posesión de las plazas los acróbatas de la asamblea y del huerto urbano en los parterres, la gran mayoría de la gente, de la gente corriente que respondió a la llamada de unos pocos y muy básicos planteamientos, sin pretensiones revolucionarias de ningún tipo, en vez de echarlos a patadas (lo cual hubiera sido significarse), simplemente se encogió de hombros y se fue a casa cediéndoles graciosamente la «marca». Y menos mal que aún hubo alguna -poca- gente normal que sostuvo en alto la esencia inicial del 15-M y de sus esfuerzos han salido iniciativas estupendas y de éxito cívico: PAH, yayoflautas y un escasísimo pero importante etcétera. Pero aquel 15-M masivo, murió en pocos días porque eso «es una mierda y me voy».

Demasiado lastre cultural es todo eso y, encima, poco se hace por irlo soltando, siquiera poco a poco. Y, como conclusión, sólo cabe entonar el consabido «así nos luce el pelo», porque una sociedad civil débil y fragmentaria conduce a lo que estamos viendo: a un estado democrático sólo en lo formal que apesta más a muerto a cada día que pasa.

11 de noviembre de 2013

La moto de nuevo

Nuevo exitazo del motociclismo español (y, en él, del catalán): Marc Márquez (MotoGP), Pol Espargaró (Moto2) y Maverick Viñales (Moto3), campeones del mundo de sus respectivas categorías. Pero es que eso no es todo: españoles los tres primeros clasificados en MotoGP; españoles el primer y tercer clasificado en Moto2; españoles los cuatro primeros clasificados en Moto3. En todos los casos con unas cifras de victorias y de podios a lo largo del campeonato, impresionantes.

El motociclismo español tiene una historia brillantísima, un presente prácticamente inmejorable y un futuro más que prometedor.

El éxito, el éxito enorme, se ha convertido en una auténtica rutina en esta especialidad, hasta el punto -lo he dicho muchas veces- de que ya no le hacemos ni caso, quizá con un poquito de rebomborio -no mucho- cuando el triunfo brilla por sí mismo de esta manera.

Y, como no me canso de repetir, hay que agradecer nuevamente a Ángel Nieto estos éxitos, en tanto que precursor de los mismos. No sólo por ser el primer gran triunfador en la historia del motciclismo español, sino por haber sido, además de precursor, el que, retirado ya de la competición como piloto, levantó una generación de triunfadores sobre la moto que, a su vez, edificó otra generación. Nieto fue rey, engendró reyes y estos reyes han engendrado a su vez más reyes aún.

Una de las grandes vergüenzas del Premio «Principe de Asturias» es que Ángel NIeto nunca haya sido galardonado con él, que lo merece tan sobradamente y que se ajusta perfectamente a la [enunciada] finalidad de los premios en cuestión; sobre todo, en tanto que se ha prodigado entre futboleros. Claro que, como también he dicho tantas veces, Ángel Nieto es una figura ya histórica (en ese nivel), es poco conocido entre las nuevas generaciones de españoles y la foto con él no le luce al principito de las narices.

Peor para el principito.

Foto: Iberia Airlines en Wikimedia Commons
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10 de noviembre de 2013

Mossos vergonzosos (III)

Nuevamente los Mossos, es inevitable, aunque a mí no me gusta estirar excesivamente los temas, pero es que el tema se estira solo.

Hoy, domingo, leo en «La Vanguardia» un artículo de Javier Ricou que deriva de la carta de un lector (CAT) de días atrás que escenificaba la inquietud de un niño ante la inaudita evidencia de que ahora los policías eran los «malos». Realmente, la carta tiene un final poco menos que siniestro: «Yo le digo a mi hijo que seguro que hay policías buenos, pero él se ha ido a dormir inquieto por los que no lo son. Hoy, desgraciadamente, mi hijo ha aprendido a desconfiar de la policía».

Ricou pone en danza a fiscales, jueces, catedráticos de ética para que proclamen lo que es cierto y que debería ser evidente: que la labor general de los Mossos (excluyendo a la BRIMO, por mi parte: siempre he dicho que no reconozco a los antidisturbios como policías) es muy buena y que no se puede poner en la picota a todo un cuerpo por unas cuantas actuaciones lamentables.

Por eso decía yo en artículos anteriores que el problema -que existe- es básicamente interno. En primer lugar, hay demasiadas actuaciones lamentables. En segundo lugar, estas actuaciones lamentables se ven protegidas por una suerte de impunidad interna. En tercer lugar, en los pocos casos en que se ha llegado a la condena por sentencia firme, el indulto gubernamental ha sido prácticamente ritual.

En el caso que ha causado más alarma social, el de Juan Andrés Benítez, el vecino del Raval que resultó muerto tras una detención absolutamente espantosa, el comportamiento de mandos y políticos no ha podido ser, para la ciudadanía más indignante. Negar unos hechos que todos hemos visto, pedir presunciones de inocencia destruidas por varias imágenes, negarse a tomar medidas administrativas contra los Mossos que protagonizaron el incidente, no cepillarse inmediatamente al director general... ésas son las verdaderas causas del problema.

Siempre habrá casos de policías que se pasan de la raya, aquí y en cualquier parte del mundo, y eso no es un problema, es una desviación de la normalidad que una sociedad cohesionada puede fagocitar... siempre y cuando el correctivo aparezca inmediata y fulminantemente. La cosa se convierte en un problema cuando al policía brutal o torturador se le acoge en sus dependencias de destino con una especie de «ven con mamá, hijo mío, y no te preocupes que esos tipos malos no te van a hacer pupa». La cosa se convierte en un problema cuando los mandos policiales no toman medidas disciplinarias. La cosa se convierte en un problema cuando lo dirigentes políticos intentan -con mayor o menor éxito- echar tierra encima. La cosa se convierte en un problema cuando los propios compañeros de los bárbaros les dan palmaditas en la espalda en vez de escupir en el suelo que pisan. La cosa se convierte en un problema cuando se ofician ceremonias de la confusión desde los más altos estamentos policiales o políticos para enturbiar o hacer desaparecer las pruebas o cuando a los jueces se les niegan con cualquier pretexto. La cosa se convierte en un problema cuando tras ímprobos esfuerzos para lograr una condena firme, el indulto del Gobierno es prácticamente automático; y cuando este indulto ha resultado ser insuficiente (como cuando la Audiencia de Barcelona ordenó el ingreso en prisión, a pesar de todo, de unos mossos cuya condena había sido reducida, vía indulto, a dos años o menos) se amplía sin más hasta donde sea necesario.

Este es el problema y no tanto los «casos aislados». Aunque los «casos aislados» resulten ser tantos que ya van pareciendo, a cada día que pasa, comportamientos ordinarios. Y ese va siendo ya otro problema asociado al primero.

9 de noviembre de 2013

Ahora, el centimet

El impuesto sobre el ADSL que Ferran Mascarell está pensando en perpetrar en Cataluña (si los tribunales se lo permiten) sólo tiene para mí una palabra: brutalidad. Sí, la brutalidad de una pura y simple confiscación. Necesito dinero para esto (luego hablaré de «esto») y, por tanto, voy a quien lo tiene y se lo cojo por la brava. Y el cascabel que corona el bochornoso sambenito de la tomadura de pelo es la afirmación de que «esto no tiene por qué afectar a la factura final del usuario». Como cuando Teddy Bautista decía que el canon no lo pagábamos los internautas sino los fabricantes: se ve que hay memeces que hacen escuela. Cosa que no sorprende de Mascarell, que nunca ha estado lejos de Teddy.

Habrá que repetir lo que no es de primero de Económicas sino de primero de Bachillerato: cuando se introduce un factor nuevo en una cadena de valor, la afectación alcanza siempre al final de esa cadena. En román paladino: si se introduce en la cadena un nuevo impuesto y al usuario no se le sube la factura, la calidad del servicio empeorará o las inversiones en la red disminuirán, lo que, a la postre, redundará igualmente en un empeoramiento de la calidad del servicio. Porque lo que está claro es que las compañías no van a disminuir su margen de beneficios.

Conclusión: con la que está cayendo con lo del independentismo, con la queja de que en Cataluña se invierte mucho menos de lo que en ella se genera y ahora, gracias a Mascarell, habrá probablemente otro ámbito adicional en el que Cataluña va a verse discriminada del resto de España. Con independentistas así, yo me apunto a Fernando VII, qué quieres que te diga...

Después está el tema finalista. De esto ya hay un precedente: el «céntimo sanitario» que se impuso al litro de gasolina. Decididamente, la «escuela SGAE» -los famosos centimillos de Borau- se ha impuesto en Cataluña.

Más aún con lo irritante de un nuevo impuesto, de un nuevo garrotazo al bolsillo, algunas finalidades pueden entenderse y ayudar a asumir el palo: sanidad, educación, asistencia social... Indudablemente, el ciudadano tragaría mejor o, siquiera, menos mal, como pudo verse con el mencionado «céntimo sanitario».

Pero no: va a ser para el cine catalán. Por una vez, una medida totalmente a la altura -a la enanez- de Wert no procede de Wert, lo que son las cosas.

La presunta «cultura»... porque aquí pasa como «cultura»... vamos, hasta el fútbol... no constituye la mayoría de las veces sino el pretexto para que unos cuantos hagan su negociete, su tresporciento y su cuñadismo. Todos hemos sabido de las trampas que se han llegado a hacer con los taquillajes para cobrar subvenciones y todos hemos visto cómo la Sinde, siendo ministra, repartía pasta entre familiares y allegados, por más que hasta el Tribunal Superior de Justicia de Madrid haya mirado para otro lado. Aquí se disfraza de «cultura» lo que no es más que un negocio. Y fíjate en quiénes estarán metidos en el negocio que hasta se entra a saco en la caja de otros negocios para proteger al «cultural»: compañías audiovisuales, de telecomunicación, cadenas de televisión... aquí todo el mundo tiene que aforar chorros de dinero para alimentar al culturetariado. Un culturetariado que, además (y salvando las inevitables excepciones, que sí, que ya lo sé, hombre), produce verdadero guano. ¡¡Ni siquiera se le ve en las descargas de la red!! (ergo no sé de qué se quejan: a ellos no les «piratea» nadie).

Como siempre que pasa en este sector (que no en otros, y ahí tienes, por no ir más lejos, a Fagor), cuando el mercado no responde (y no responde casi nunca: el mercado no es tonto), los poderes públicos -aleccionados, como también sabemos documentadamente, desde la embajada norteamericana- acuden prestos a desfacer el entuerto... pagando los ciudadanos de todos modos, aunque no sé si Mascarell habrá ido nunca a la embajada norteamericana... al menos por razones de su actual competencia. Después de todo, el cine catalán no es Hollywood, como es notorio.

En fin, cabe confiar en la feroz resistencia de las empresas telecos y cabe confiar en que los tribunales les den la razón, como algunas otras veces -no siempre- ha sucedido (vía Menéame). Incluso cabe confiar en que la reacción iracunda que está provocando este proyecto de ukase entre la ciudadanía, haga que el Gobierno catalán (un Gobierno que estará listo para descabello en cuanto se le tuerza definitivamente lo del referendum, así que igual no le interesa echarle gasolina al mobiliario) le dé marcha atrás antes de que se materialice.

Convendría que no olvidaran que el 15-M tuvo como detonante (no obviamente como carga principal, pero sí como detonante) la «Ley Sinde» y la escenificación de desvergüenza y desprecio al ciudadano que los partidos -todos los partidos- llevaron a cabo en su tramitación.

Igual haría bien Mascarell tomando nota.

Imagen: Dantadd en Wikimedia Commons 
Licencia: CC-by-sa

6 de noviembre de 2013

Los pedales dichosos

Una amiga, compañera y cordial polemista [conmigo] se congratulaba ayer en Twitter de lo bien que va y lo mucho que avanza el uso de la bicicleta en Europa. Yo le respondí que bueno, eso es según el color del cristal con que se mire: ella entendía que esto era un cambio (en el sentido favorable de la palabra) y yo apunté la posibilidad de que fuera todo lo contrario, quizá recordando tantos años de reportajes periodísticos televisivos de países asiáticos subdesarrollados con la gente desplazándose masivamente en bicicleta.

Esta mañana compré un abono de 10 viajes de TMB: 9,80 euros, casi un euro por trayecto. Después, camino del trabajo, contemplo la habitual escena de un ciclista haciendo el burro por el carril bus al que el vehículo en el que yo voy está a punto de cargárselo. Va en una bicicleta de estas del Bicing, cuyo abono cuesta cerca de 47 euros al año, siendo gratuita la primera media hora de trayecto y cada fracción de 30 minutos hasta el máximo de dos horas, cuesta 70 céntimos. Estaría muy bien si no fuera porque el servicio es deficitario, lo que quiere decir «subvencionado». Entonces, claro, resulta que yo cojo el bus y pago por un trayecto la mitad de su valor en billete y la otra mitad en parte alícuota cívica, porque es la subvención del transporte público; y pago también la subvención de un sistema de desplazamiento, el de la bici, que no uso y que, además, provoca que seamos menos a repartir en el coste de los servicios de transporte municipal.

Se dirá: «Bueno, el ciclista también podría decir lo mismo en sentido inverso: él también paga su parte alícuota cívica en la subvención del transporte colectivo municipal». Sería, sí, un buen contra-argumento si no fuera porque el ciclista también utiliza el transporte colectivo. Casi siempre de subida. Me explico.

Barcelona, digan lo que quieran, no es en absoluto la mejor ciudad para ir en bici. De río a río (de Besós a Llobregat o viceversa), bien; de montaña a mar, estupendo (¡yujuuuuuuuu, mira papá, a tumba abierta y sin manos!); pero de mar a montaña... ay, amigo: aquí, salvo unos poquitos que están cachas (cachas de verdad) y que, encima, casi todos en ese caso usan bicicleta propia, el bicing para tu tía. Con lo que parte significativa de esa subvención y del pago que hace el propio usuario tiene que dedicarse a subir bicicletas a todo pasto desde el área marítima hasta las zonas altas. No hay más que fijarse en el tráfago de furgones que, llenos ya de por sí, tiran de largos remolques cargados de bicis siempre hacia arriba, hacia la montaña; o no hay más que ver cómo las estaciones de las partes altas están prácticamente vacías mientras que las del frente marítimo están abarrotadas. O sea que menos farde y menos vida sana, porque el uso que de la bicicleta municipal hace una sustancial mayoría también lo podría hacer yo, con mis años y con mis kilos, sin que se me alterara el pulso ni poco ni mucho. Y ahora hace catorce años que no fumo, pero si fumara, ídem del lienzo; y sé de lo que hablo, que en mis años mozos chupé bicicleta como un pepe, que entonces los papases no pagaban ciclomotores y yo echaba p'alante con una Orbea tipo tanque que pesaba casi más que yo, que ya era pesar, y sin cambios de marcha, ni frenos de disco, ni leches, a puro kilopondímetro animal crudo sin atenuantes.

Esto no es Amsterdam, plana como la superficie de un charco, donde hasta un taquicárdico agudo puede desplazarse tranquilamente en bici sin correr mayor peligro; Barcelona es una ciudad que de mar a montaña tiene una pendiente de mil pares de etcéteras: y en según qué barrios y sectores, hasta la gente entrenada recuerda entre mil maldiciones su última comida.

Otrosí: la gente entrenada, el ciclista de raza, con todos sus defectos (que, en el entorno urbano, los tiene y muchísimos) suscita un cierto respeto: caramba, el tío, chupándose el paseo de Sant Joan desde la Ciutadella hasta Mossèn Cinto, olé tus cataplines, chaval; ese ciclista que, repito, en la inmensa mayoría de los casos empuja su propia bici, suscita un cierto respeto; el ciclista de bicing lo que me suscita a mí es cachondeo. Un cachondeo que a los barceloneses nos cuesta un Congo porque un alcalde de triste recuerdo nos cargó con la pijería y con su estúpido concepto de lo estupendiútiful.

Y qué quieres que te diga: sigo pensando que, aunque a la mona la vistan de marca BCN, esto de la bici urbana es cosa más bien de vietnamitas.

Imagen: Moebiusibeom-en en Wikimedia Commons
Licencia: CC-by

5 de noviembre de 2013

Espoteando :-)

Mi afición aeronáutica viene... desde siempre. Recuerdo que siendo un niño ya recortaba y archivaba cuidadosamente aquellas fichas que traía la añorada y mítica revista «Flaps», que mi padre compraba casi sistemáticamente (la afición era compartida, o heredada, llámalo como quieras) pero no antes de haberme leído hasta los anuncios: «Iberia, donde sólo el avión recibe más atenciones que usted», je, je, qué tiempos...

Los avatares de la vida trajeron los correspondientes altibajos en el cultivo de la afición que, practicada de un modo u otro (libros, revistas, maquetismo), nunca dejé. Con la llegada de la informática descubrí un universo nuevo a partir de la simulación de vuelo y, sobre todo con la red, de la simulación del control aéreo (que, realmente, encuentro más apasionante que el vuelo en sí mismo), que sólo toqué muy inicial y tangencialmente. Sin embargo, la simulación de vuelo (bien hecha, practicada como algo mucho más allá de un simple juego), exige una cantidad de horas tremenda y, poco a poco, tuve que ir abandonando también esa actividad, la misma razón por la que prácticamente apenas inicié la de control de vuelo simulado.

Nuevamente, mi afición languidecía apenas sostenida gracias a Internet, a sus páginas web, sus blogs y la nada desdeñable Wikipedia. Pero descubrí un nuevo campo, apasionante, divertido y que no esclaviza mi tiempo: el spotting o, más precisa y exactamente, el aerospotting.

Siempre me ha gustado la fotografía, aunque no he llevado tampoco a muy altos niveles mi afición, me he conformado con fotografías simplemente correctas. Me encanta el paisaje, la arquitectura y las máquinas en general (automóviles, trenes y, claro, aviones). El spotting es una estupenda combinación de fotografía y aeronáutica que, además, es sumamente flexible: puede ir desde hacer, simplemente, fotografías bonitas de cuando en cuando, a echarse centenares de horas «coleccionando» matrículas, libreas, modelos y todo el etcétera que se le pueda a uno ocurrir.

Yo estoy aún en las primeras fases; quizá por eso me da corte proclamarme spotter y me defino, más modestamente, como «alevín» de spotter. A mediados de año mejoré mi equipo fotográfico, pasando de una réflex básica a una ya mas completita y adquirí un telezoom justito pero, de momento, suficiente y asequible (conviene no olvidar que soy valiente y leal funcionario). O sea que al nivel de «fotografías bonitas», sin mayores honduras, creo que ya he llegado, ahora lo veremos.

Obviamente, estoy a años luz de distancia de los grandes cracks e incluso de los pequeños cracks: para acercarme siquiera un poquito a ellos me hace falta leer mucho (o sea, tiempo), practicar mucho (o sea tiempo) y gastarme mucho dinero (o sea, tiempo, sacrificio y prudencia para no incurrir en causa de divorcio). Afortunadamente, la vida útil de los equipos informáticos (y en casa hay cuatro, sin contar smartphones, tabletas y similares gaitas) se está prolongando mucho en los últimos años, y podré derivar este excedente a la adquisición de mejores «cristales», que es en lo que veo que flojeo de remos. Lo dicho: tiempo al tiempo.

De momento, aquí tenéis algunos de mis humildes orgullitos, de mis «cazas» más chulas:

EI-XLL - Boeing 747-412 - LEBL at RWY 25R

Este es el Boeing 747 de Transaero, uno de los últimos ya de la temporada de verano (la foto es de 5 de octubre), abarrotado de rusos, que viene siendo el personal turista más característico de Barcelona en estos últimos tiempos. Por cierto que Transaero va a adquirir Airbus A380 y podría ser que, en verano, los utilizara para sus rutas a Barcelona. También Emirates -eso sí que es seguro- utilizará a partir del próximo -ya muy próximo- año el A380 para operar en Barcelona. Ni que decir tiene, guardo un moscoso especialmente dedicado a pillarlo tan pronto venga. De todos modos, un pedazo de Jumbo como este es una buena pieza para un primerizo.

EC-KKS - Airbus A319-111 - LEBL at RWY 25R

Otra foto que, por supuesto, tienen todos los los viejos tiburones del spotting, pero que tampoco puede hacerse cada día: cazar el A319 de Iberia vestido con librea de época. Esta es de los años 50-60.

Y para terminar esta pequeña muestra, el reflejo de aquello de la ocasión que pintan calva y hay que cogerla por los pelos: una emergencia.

YL-LCL - A320-214 - LEBL at RWY 25R

Este A320 precedente de Palma de Mallorca tuvo un problema: al bajar el tren de aterrizaje no se le replegaron las portezuelas. Nada grave, pero se llevaron a cabo los procedimientos de emergencia y mira, ahí estaba yo para cazarlo. El avión aterrizó sin más novedad y sin ulteriores problemas, pero los pasajeros pasarían un mal rato:

YL-LCL - A320-214 - LEBL at RWY 25R

Bueno, si la cosa os gusta, tenéis mi producción (la parte «enseñable» de mi producción) aquí, pero no os creáis que es nada del otro jueves: si queréis ver lo incipiente y pedestre de mi nivel, podéis ver en Airliners lo que hacen los spotters de raza. Cuando sea mayor, seguro que llegaré a colocar alguna cosita mía ahí. Pero faltan años aún.

Gutta cavat lapidem non vi, sed saepe cadendo

1 de noviembre de 2013

Estampidas de finde

Fin de semana largo. Algunos le llaman «puente», pero no lo es. Un «puente» es el conjunto que forman un fin de semana corriente (sábado y domingo) con un jueves o un martes festivos: ese viernes o ese lunes forman el ojo del «puente» en cuestión. No es -aunque pueda parecerlo- un fenómeno puramente español: sucede en muchos países europeos, si bien, con el tiempo, tiende a ir evitándose corriendo simplemente el día festivo (de jueves a viernes o de martes a lunes) cuando la naturaleza de la fecha y su arraigo social e histórico lo permiten. Lo que ocurre es que suelen permitirlo muy poco. Recuerdo que aquí se intentó cambiar el día de la Inmaculada -8 de diciembre- y se armó un follón de mil demonios (azuzado por la Iglesia a campana batiente, huelga decirlo) con lo fácil que hubiera sido cambiar (incluso suprimir, pasándolo al domingo) el día de la Constitución -6 de diciembre-, que nos importa un rábano a casi todos, con más razón a cada año que pasa.

Ayer, este fin de semana largo propició una escena ciertamente sonrojante: la de nuestros ínclitos diputados largándose en auténtica estampida después de haber efectuado una votación y sin esperar al resultado de la misma (ya sabido, por otra parte, gracias a la absoluta hegemonía del PP). He aquí el numerito:


Sonrojante, sí, pero perfectamente democrático, si entendemos por tal la exacta representación de un electorado. Porque, señores, esto, pudiendo, lo hacemos todos. Y el que no lo hace sistemáticamente lo hace ocasionalmente, pero no hay nadie, nadie, que pueda tirar la primera piedra. Y no os canséis con ejercicios de autopuritanismo en los comentarios porque está claro que no los voy a censurar, pero ni voy a hacerles caso ni voy a rectificar. Nadie, repito e insisto para que quede claro.

Los que trabajamos en centros o unidades relativamente numerosos (donde trabajo actualmente hay unas trescientas y pico personas), lo vemos cada semana ante el reloj de fichaje: entre lunes y jueves, la gente va saliendo paulatinamente; el viernes puede verse un cierto apelotonamiento. Pero si hay un fin de semana largo, como este, y no digamos si hay un «puente» (un «puente» de verdad), las colas no llegan a ser importantes porque la gente ficha con la velocidad del rayo (fichamos por simple contacto de la tarjeta credencial, dotada de banda magnética), pero a nada que permaneciera cada uno solamente tres (3) segundos ante el reloj, habría colas de auténtico supermercado soviético. Es curiosamente así: cuanta más largo es el asueto, más pugna la gente por apurarlo hasta las heces (las «operaciones retorno» muchas horas después del atardecer del último día son otra muestra gráfica de ello).

Sí, el espectáculo dado ayer por nuestros diputados fue, sin paliativo alguno, vergonzoso. Pero antes de rasgarnos las vestiduras y de ponerles a parir, como sin duda merecen, démosle la vuelta a nuestro punto de mira, orientémoslo hacia nosotros y compartamos con ellos esta vergüenza.

Otro día hablaré de por qué nos gusta tan poco trabajar, incluso cuando nuestro trabajo sí nos gusta, y explicaré mi punto de vista sobre por qué la presunta pereza española (que no es tal, al menos generalizadamente, sino otra cosa) tiene buenas razones de ser.

Pero, hoy por hoy, mirémonos en estos diputados. Somos nosotros. Tal cual.